La Segunda

Jose Francisco Garcia 158x158 2018

En la esquina de Alameda con Miraflores, el comercio ambulante reinventa su stock con pañuelos para ahuyentar gases lacrimógenos. También hay ofertas literarias que dan cuenta de una sociedad curiosa: al lado de ejemplares de la Constitución Política de la República de Chile conviven varios del Manual del encapuchado. Ofrecen 'combo' por ambos textos.

Un par de cuadras más allá, desde una oficina que mira al cerro Santa Lucía, el abogado José Francisco García observa el tránsito y toma el pulso a la situación del país.

García es uno de los constitucionalistas de la comisión técnica encargada de diseñar el camino para otorgar a Chile una nueva Constitución. El viernes llegó a un acuerdo para avanzar en el proceso, con un plebiscito de entrada para el 26 de abril, aunque sin consenso en puntos conflictivos: cupos especiales para pueblos originarios, paridad de género e incorporación de independientes. En estos temas habrá un plazo para hacer modificaciones hasta el 25 de junio.

Nombrado en dicha comisión por Evópoli, en 2007 fue elegido entre los líderes sub-35 por El Mercurio y hoy es profesor de Derecho Público de la Universidad Católica, además de ocupar un lugar destacado en la plaza. 'Bien niño, antes de los 12 años, me fascinaba la figura del abogado como personaje litigante. Es probable que influido por lo que veía sobre su papel en lo público y en la política, en series como La Ley y el Orden, el cine o en la novela', cuenta.

¿Algún abogado en particular?

—¡Tantos! Ahí tienes la figura de los fiscales. En Batman, por ejemplo, tenemos al fiscal Harvey Dent, quien termina con la cara marcada por ácido.

¿Estamos en Ciudad Gótica? —Bueno, son momentos difíciles —contesta con una sonrisa.

El Derecho Constitucional lo conquistó desde el primer año de universidad, estudios que completó con un doctorado en la Universidad de Chicago. 'En medio de la aridez donde solo vemos procedimientos y reglas, hay un espacio para los principios, los símbolos, la historia y la lucha de un pueblo que resulta hasta poética', reflexiona.

Como la Constitución norteamericana y su famosa introducción 'Nosotros, el pueblo de Estados Unidos'.

—Es que las constituciones recogen una cierta narrativa, y esa poética es también la de los anhelos; las confianzas y las desconfianzas; la legitimidad y también el descrédito.

¿Hay alguna Constitución que le parezca especialmente poética?

—Por supuesto que las constituciones revolucionarias son siempre interesantes. Desde la norteamericana de 1787, hasta la sudafricana de 1996 y que logra unir a un pueblo extremadamente dividido por el Apartheid. Otro caso es la de Colombia, en 1991, que buscó, desde las cenizas, unir a una sociedad no solo per-meada por el narcotráfico, sino donde jueces y candidatos presidenciales eran asesinados; donde había un estallido, pero que era de guerra.

¿Así estamos?

—No creo que en esos niveles de crisis, pero obviamente que el estallido social es una campanada de alerta de que estamos a orillas del abismo. Por fortuna, estamos tomando decisiones, aunque tarde, porque perfectamente se pudo hacer durante la administración de la Presidenta Michelle Bachelet. Así lo defendí. Así lo creí.

Desde entonces se le considera un minimalista, ¿por qué?

—Por una posición muy temprana que adopté, justamente, durante el debate constituyente en el que participé desde el 2014: como se trata de un Pacto Social, la Constitución debe tener aquellos acuerdos fundamentales que nos unen como sociedad. En cambio, todas aquellas materias que nos dividen —el modelo económico, por ejemplo— deben ser decididas por la política democrática. Las constituciones no tienen por qué ser de derecha ni de izquierda, ni conservadoras ni progresistas.

Como la actual Constitución que aparece como subsidiaria.

—Si hay una crítica legítima es que en la Constitución hay ciertas dimensiones económicas y sociales que están cargadas para un lado, y me parece correcto que las eliminemos. Lo que no me parece intelectualmente honesto es que uno haga una crítica de que (la Carta Fundamental) es subsidiaria o neoliberal y pretenda fosilizarla en una de signo contrario.

¿Cómo ve el ánimo en quienes hoy trabajan en el proceso constituyente?

—Creo que las posiciones están muy divididas. Los minimalistas, que tendemos a ser políticamente liberales, entendemos que esto se trata de un consenso, pero hay maximalistas tanto en la derecha como en la izquierda. Hay quienes quieren defender, por ejemplo, la idea del Estado subsidiario y, por la izquierda, quienes sólo están dispuestos a tener un modelo de Estado con una intervención intensa en materia económica.

¿Entonces la idea sería anular las posiciones maximalistas?

—Esa es la discusión que vamos a tener ahora. La regla de los dos tercios y de la hoja en blanco me parece una invitación para tratar de quitar los fluorescentes, tanto de uno como de otro lado.

El caso John Cobin

García es casado y padre de tres niñas. Las menores son gemelas de seis años, pero con la mayor, de 15, conversa acerca de lo que como generación significa darse una nueva Constitución. 'Como ciudadano, es una oportunidad para debatir sobre el tipo de sociedad que queremos y, como papá, sobre el tipo de sociedad que queremos legar a nuestros hijos', reflexiona.

¿Apuesta porque somos el lobo del hombre o buenos salvajes?

—Mira, si algo nos enseñó la historia de la humanidad es que el avance civilizatorio implica que seamos capaces de distribuir el poder de tal modo que no esté concentrado en las mismas manos. Sabemos que el poder tiende a corromper y que el poder absoluto tiende a corromper absolutamente. Por eso, la esencia del constitucionalismo es controlar esos escenarios donde demasiado poder en pocas manos termina por dañar a otros.

¿Qué tipo de tensiones históricas se dan en los procesos constituyentes?

—En el corazón de la primera Constitución escrita que persiste hasta hoy —la norteamericana— hay un debate entre Thomas Jefferson y James Madison, y que en Chile lo podríamos homologar al que sostuvieron fray Camilo Henríquez y Andrés Bello: ¿Una constitución debe regir a la comunidad política que se otorga esa constitución o debemos estar regidos por ‘la mano de los muertos’? Según Jefferson, como cada generación dura 19 años, cumplido ese tiempo, la siguiente debía darse una constitución propia con total irrelevancia de la anterior. Madison sostenía lo contrario, en atención a lo que decía el inglés Edmund Burke: ‘Las constituciones son pactos intergeneracionales entre los muertos, los que están ahora y quienes están por venir’.

¿Esa discusión la ve hoy en Chile?

—Bueno, hoy también vivimos esa tensión respecto de cuánto vamos a considerar a las generaciones anteriores o próximas. ¿La Constitución del 2021 será pensada para nosotros o para los próximos 40 o 50 años? ¿Vamos a ser humildes y reconocer lo que nos legaron? Burke llamaba a ser escépticos frente a quienes tienen la pretensión de creer que, porque vienen con un papelito, con una hoja en blanco, pueden reescribir la historia y re-fundar un pueblo.

Pero la hoja en blanco es parte del acuerdo firmado el 15 de noviembre.

—Lo de la hoja en blanco tiene dos sentidos. Primero, que no se comenzará a redactar una nueva Constitución a partir de la vigente. Segundo, que en las materias donde no hay acuerdo no regirá la actual; es decir, no va a existir un calco detrás de esa hoja. Pero la hoja en blanco no puede entenderse —y esto creo que también es un acuerdo— en que no podamos considerar nuestras mejores prácticas, como el pedigrí que tiene el principio de libertad; la igual dignidad y derechos que debe tener cada chileno; nuestro apego al principio democrático. Tenemos tradiciones muy respetables

Radicales y anarquistas

Esa opinión, que respeta el pasado, no se ve en algunas marchas, especialmente entre los jóvenes.

—En muchas tradiciones constitucionales, incluso en la chilena, siempre ha existido lo que se ha llamado el constitucionalismo radical. Uno puede ver esta corriente en el siglo XIX en Francisco Bilbao y en Santiago Arcos y, quizá de manera más reciente, en Gabriel Salazar. Se trata de autores e intelectuales que siempre han intentado proponer rupturas intensas, como una forma de dar expresión a quienes se sienten fuera de la institucionalidad democrática; incluso a quienes no se sienten representados por el Frente Amplio.

¿Cómo se incorpora a este sector?

—Con la mayor participación posible. Por ejemplo, bajando las barreras de entrada a la participación a las convenciones constitucionales. Además, debemos reconocer que, en cualquier sociedad, siempre van a existir expresiones de anarquismo. Y no solo de izquierda, sino también de anarquismos libertarios o capitalistas como es el caso del norteamericano John Cobin, quien se hizo famoso —mal famoso, digámoslo—, por salir disparando en Reñaca.

¿Qué le parece que, aunque por momentos exista vacío de poder, no irrumpa un líder que lo ocupe?

—Mira, quiero reivindicar este minuto, donde hay muchos claroscuros, que fueron los partidos políticos en el Congreso Nacional quienes decidieron avanzar en repensar nuestro Pacto Social y darnos la oportunidad de construir una sociedad justa y decente. Me parece que es el camino indicado para prevenir la aparición de líderes populistas, redentores, caudillos civiles o militares que invocan al pueblo o a la ciudadanía, simplemente, como categorías virtuosas despolitizadoras. Por eso, insisto en reivindicar este acuerdo por la paz social y la nueva Constitución, que es frágil. En nuestro continente, el famoso excepcionalismo chileno no tiene que ser garantía de nada, porque ya tuvimos dictaduras.

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