La Tercera
Carmen Dominguez 158x158

“Esa no es una carrera para mujeres. No es una carrera para señoritas”. Era el año 1937 cuando Carmen Molina decidió que iba a estudiar Derecho. O al menos eso creía. Diez hermanos, cinco hombres y cinco mujeres. Ellos destinados a las carreras tradicionales; ellas, a los trabajos para “señoritas”. Pero Carmen pensó que, quizás, a los 17 años las cosas cambiarían. Diecisiete años, la universidad. Diecisiete años ya y podría concretar lo que siempre quiso: estudiar Derecho.

Carmen olvidó un par de detalles: 17 años, mujer, año 1937.

La respuesta fue obvia: no.

La revolución

-Mi abuela fue muy líder. Estudió Derecho, que para la época ya suponía tener una fortaleza especial. Ese era (es) un universo muy masculino -dice Carmen Domínguez, abogada y nieta de Carmen Molina.

A pesar de que debió postergar el Derecho por algunos años, la abuela de Carmen Domínguez sí estudió en la universidad. Trabajo Social en la Chile. Una carrera considerada para mujeres. Aunque años después se toparía con Julio Hidalgo, un estudiante de Medicina del que se enamoró y con el que finalmente se casó. El mismo que antes de pedirle matrimonio le prometió que ella estudiaría.

Y así fue. Se casaron en 1938 y, después de trasladarse en el año 1939 al sur, Carmen Molina entró ese año a la Universidad de Concepción. Esta vez a estudiar Derecho.

-En esos años, para poder trabajar había que pedirle autorización al marido. Mi abuelo era muy precursor, incluso para apoyarla contrató servicio doméstico -dice Carmen Domínguez.

La primera de las mujeres abogadas de la familia trabajaba como asistente social en el Servicio Nacional de Salud y, en paralelo, estudiaba Leyes. Además, tenía tres hijos. Podría haber sido un ejemplo para otras mujeres. Quizás hasta un referente. Pero no.

-Yo recuerdo que fue muy criticada cuando ella ingresó a la Escuela de Derecho. Y las que la criticaban eran las esposas de los médicos, que eran compañeros de su marido. Decían: “Pero cómo es posible que Carmen ingrese a estudiar con muchachos”. Era un universo considerado de hombres. Era como ¿qué va a hacer ahí? -explica Carmen Hidalgo, hija de Carmen Molina y madre de la actual abogada.

Aunque hubo un periodo en el que ni siquiera la primera “Carmen” abogada, la precursora, pudo continuar con sus estudios. Congeló. Pero volvió a su último año de carrera en 1962. Allí coincidió con Carmen Hidalgo, su hija, quien también estaba terminando Derecho.

La primera vez que Carmen Molina pisó tribunales fue en los 70. En 1976 se vino a Santiago y comenzó una carrera en el Ministerio de Justicia. Primero en Gendarmería, luego pasó a ser jefa de la Unidad de Amparo del ministerio y terminó siendo asesora del ministro.

Pero Carmen sabía que su caso era único y que no todas las mujeres tenían la oportunidad de desarrollar una carrera así. Su nieta, Carmen Domínguez, recuerda que su abuela siempre iba a votar a las elecciones de consejeros del Colegio de Abogados.

-Siempre votaba por mujeres, aunque fueran de distinto color político o de ideas muy diferentes a las de ella. Ella siempre decía: “En primer lugar, hay que votar porque son mujeres”.

Y la nieta de Carmen Molina siguió sus pasos. Hoy también es parte del consejo del Colegio de Abogados y participó en la formación de la comisión de mujeres del mismo.

Herencia familiar

Abuelo, abuela, mamá y papá. Todos abogados. Las probabilidades de que Carmen Domínguez estudiara una carrera que no fuese Derecho eran casi nulas. Nunca, dice, se planteó el tema de la vocación.

-En mi casa nunca se dijo: “Estas cosas son para mujer, esto es para hombre. Tú tienes techo, tus hermanos no”. Nunca hicieron una diferencia conmigo por el hecho de ser mujer.

El tren de vida y de desarrollo profesional de Carmen Domínguez es tan atípico como el de su abuela. Desde hace 20 años que es la única profesora de Derecho Civil de la Universidad Católica, todo el resto son hombres, y una de las dos únicas profesoras titulares.

Pero para que Carmen Domínguez se convirtiera en la verdadera heredera de su abuela es necesario contar la historia de su madre: Carmen Hidalgo.

“Usted vino acá a buscar marido”.

“Mire, señorita, usted está mejor detrás de la máquina Singer que aquí”.

Cuando Carmen Hidalgo entró a la Universidad de Concepción en el año 1958, lo hizo junto a 50 mujeres más. Cincuenta mujeres versus 100 hombres. No era un escenario malo, considerando la época.

Además, tenía el ejemplo de su madre, Carmen Molina. La misma que estudiaba en la casa con sus compañeros, que dejaba papeles y códigos desparramados por la casa, por los mismos lugares donde su hija jugaba y deambulaba. Por eso no era extraño que, de vez en cuando, Carmen Hidalgo, con 10 años, estuviera leyendo algún código y quisiera estudiar “la carrera de la mamá”.

Pero de las 50 mujeres que habían ingresado junto a ella en 1958, solo cinco llegaron al final de la carrera.

-Todas reprobaron ramos. Algunas se cambiaron de casa por el trabajo de sus maridos, otras… -dice Hidalgo.

Su hija, Carmen Domínguez, completa fácilmente la oración:

-Otras abandonaron la carrera.

Algo parecido le pasó a Carmen Hidalgo. Su familia, los Hidalgo-Domínguez, ya contaba con cinco miembros. Ella, su marido y tres niños. Además, Ramón Domínguez, el marido, también era abogado y ejerció a tiempo completo. Y viajaba, por lo que Carmen debía dejar en pausa sus estudios cada cierto tiempo. Vivió en Estados Unidos, en Francia y en Colombia.

Si había que elegir entre familia y carrera, Carmen elegía lo primero. Aunque en 1962, cuando terminó de estudiar -el mismo año que su madre también terminó su carrera-, su marido le hizo una advertencia.

-Usted tiene tres hijos. Antes que todo es mamá. Así que cuidado si va a ejercer la carrera.

Poco alcanzó a hacer Carmen Hidalgo. Casi como una coincidencia, al año siguiente de recibirse quedó embarazada de su cuarto hijo.

Ejerció como abogada, pero de forma libre. Hizo suplencias en notarías y en conservadores de bienes, vio casos de derecho de familia, adopciones.

-Pero siempre me he sentido un poquito frustrada. No ejercí en la forma en que ejercieron mi mamá y Carmencita, mi hija. Me hubiese gustado ejercer más -dice Molina.

Trabajar, estudiar, mantener la casa, ser buena mamá. Madre e hija coinciden en que ser mujer es difícil. Hay que conciliar varios aspectos. Para Carmen Domínguez ha sido fundamental su madre. Carmen Hidalgo renunció dos veces a su carrera. Primero para cuidar a sus hijos, luego para que su hija Carmen pudiese ser la abogada que ella no pudo ser.

-Por eso digo que Carmencita es la verdadera heredera de mi madre- dice Carmen Hidalgo.

La dinastía

1962.

Han pasado 56 años desde que la primera Carmen, Carmen Molina, se convirtió, finalmente, en abogada. A pesar de que hay muchas más facilidades para que las mujeres se integren en el mundo del derecho, principalmente dominado por hombres, sigue siendo difícil entrar.

-Es así. Recuerdo haberle escuchado a mi papá o a mi abuelo que había ciertas áreas del derecho que eran más para mujeres. Y cuando me puse a estudiar mi doctorado elegí, precisamente, dentro de esas áreas, del núcleo del derecho de obligaciones, para demostrarles que las mujeres también somos capaces. En la Universidad de Concepción fui la única profesora de Derecho Civil en su historia, no ha habido otra -dice Carmen Domínguez.

Hoy, hay mujeres en la mayoría de las áreas, dice la abogada civilista. Hay fiscales, defensoras, litigantes. Pero siempre hay un predominio masculino. Sobre todo cuando una mujer trata de ascender en su carrera.

-Las oportunidades que tienen muchas mujeres de hacer una carrera entera es muy compleja. Se empiezan a quedar atrás. También están las desigualdades salariales, que se dan mucho más en el mundo privado. Cuando llegas a ciertos tramos de la profesión, alcanzas un tope. Hay mujeres que no llegan a ser socias, pese a haber trabajado a la par de un hombre. La vara con la que se mide el trabajo femenino y masculino no es la misma. Hay un techo y ese techo marca la diferencia.

Aunque para Josefina, su hija de 16 años, no cree que haya un techo.

En sus primeros años de colegio, cuando le pidieron hacer un dibujo sobre qué quería ser cuando grande, Josefina no dudó. Una niña con vestido. En una mano tenía un libro azul. Decía “Código Civil”. En la otra mano sostenía un maletín. Quería ser abogada.

Carmen Domínguez -la tercera de la dinastía de las “Carmen”- recuerda esa tarea de su hija Josefina. Verla a ella, a su abuela, a su bisabuela e incluso a su hermano probablemente condicionaron que, cuando en el colegio le preguntaron qué quería estudiar, ella respondiera lo evidente. Derecho, obvio. Y en la familia siempre se comenta uno de los principales reclamos de Josefina: que no le pusieran Carmen también a ella.

-Ella nunca ha pensado: “No, no voy a poder hacer esto porque soy mujer”. Jamás, nunca. Yo espero que todo esto permita una mayor presencia de las mujeres en todo ámbito y también en todos los ejercicios de la profesión -explica Carmen Domínguez.

Aunque, quizás, el techo nunca estuvo.

Al menos no para Carmen Molina.

La primera “Carmen” abogada ejerció durante 37 años. Hasta hoy, la familia guarda su credencial como miembro de la International Federation of Women Lawyers. Se inscribió en 1972.

La mujer que abrió el frente para que ninguna otra abogada se pusiera límites en su profesión pudo ser la misma Carmen Molina. Y quizás lo fue.

Carmen Molina era una mujer adelantada para su época. Completamente atípica. Luego de 37 años trabajando a tiempo completo, murió de un ataque al corazón el 7 de noviembre de 1997.

Dos días antes, el viernes, fue a presentar su último escrito a la corte. A los 83 años.

El peso de vivir más que los hombres

Las mujeres jubilan cinco años antes que los hombres y viven al menos cuatro más. Durante toda su vida, tienen menos presencia en el mercado laboral y salarios más bajos. Quienes han vivido esa tendencia de forma más marcada son aquellas nacidas antes de 1945, la generación de las abuelas: sufrieron la mayor desigualdad de género desde que partieron su etapa escolar y hoy la siguen padeciendo a través del sistema previsional.

Como tienen mayor esperanza de vida, menos años de cotización, altas lagunas previsionales e ingresos históricos más bajos, el cálculo que realizan las administradoras de fondos (AFP) para determinar el monto de sus pensiones resulta en desmedro de ellas, pues sus ahorros totales, considerablemente más bajos que los masculinos, se prorratean en más años de vejez. Al final, incluso vivir más les juega en contra.

Hoy, las mujeres perciben, en promedio, pensiones que son un 27% más bajas que las de los hombres, según el Informe GET 2018 de ComunidadMujer. Han mejorado su situación respecto de quienes jubilaron en 1990 -cuando la distancia superaba el 40%-, pero siguen en una posición de rezago.

Con la Reforma Previsional de 2008, su situación algo mejoró. Los cambios en el sistema incorporaron una serie de subsidios estatales para las pensiones de los mayores de 65 años, que beneficiaron a todos los jubilados: la Pensión Básica Solidaria de Vejez, el Aporte Previsional Solidario, la Pensión Básica Solidaria de Invalidez y la Bonificación por Hijo, especial para las mujeres.

Los datos dan cuenta de que la brecha no es estática, y a medida que se envejece, disminuye.

Los ancianas que hoy tienen entre 71 y 80 años partieron su jubilación con una distancia de 22% menos respecto de los hombres, y ahora ya es de 19%. Las que tienen entre 80 y 90 años comenzaron su etapa de retiro con pensiones un 38% más bajas que los hombres, y hoy su distancia se ha reducido a un 27%. Las que han visto reducirse más la brecha son las que nacieron durante el primer cuarto del siglo XX. De 33% hace dos décadas, hoy la diferencia con los hombres es de apenas 10%. Es lo más cerca que han llegado a estar y tuvieron que esperar entre 90 y 100 años para ello.

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