La Tercera 

Jorge Sahd 158x1582

Solo una figura tan controversial, impredecible y arriesgada era capaz de lograr sentar en una misma mesa al Presidente de Estados Unidos y al de Corea del Norte, tras más de 60 años de conflicto. Sin duda tuvo la colaboración de Kim Yong-un que, desde el mismo punto de vista, comparte varios de esos calificativos. Pero fue la imprudencia de Trump —bendita dirán algunos— la que contribuyó decisivamente. Sin asesores, sin una hoja de ruta y sin medirlas consecuencias, fue el ideólogo de este acercamiento. Desde los agresivos tuits y descalificativos emitidos hace unos meses, cuando todo hacía pensar que se desataría un conflicto político de escala mundial, hasta la osadía de aceptar una invitación de inmediato y programar un encuentro inédito. Todas las reglas de ta diplomacia fueron pasadas por alto y gracias a esa informalidad pudo concretarse algo que era imposible.

Así, el solo hecho de ver a esos líderes estrechando manos y sentándose más de cinco horas a conversar es un triunfo y una luz de esperanza para la paz en la península coreana. Dicho eso, el vaso medio vacío es que esta estrategia es insostenible en el tiempo e irrepetible en otras circunstancias. Es impensable que este acto podría resultar igual en conflictos similares como el de Israel y Palestina o la situación en Siria. Además, en resultados concretos, la declaración no es más que una expresión de voluntades, sin hoja de ruta concreta. 

Ahora, es tiempo de la diplomacia. Los asesores y estrategas deben ser capaces de materializar esta voluntad en hechos y en un cronograma de pasos a seguir verificables y sobre los cuales se deberá rendir cuenta. Solo así la paz duradera es posible y una resolución definitiva al conflicto viable. Luego de este hito, cualquier error puede ser fatal. 

Gracias a la osadía de Trump se dio un salto enorme. Pero soto el trabajo en equipo y el respeto a las formas puede salvar el plan ahora.

SEÑOR DIRECTOR Solo una figura tan controversial, impredecible y arriesgada era capaz de lograr sentar en una misma mesa al Presidente de Estados Unidos y al de Corea del Norte, tras más de 60 años de conflicto. Sin duda tuvo la colaboración de Kim Yong-un que, desde el mismo punto de vista, comparte varios de esos calificativos. Pero fue la imprudencia de Trump —bendita dirán algunos— la que contribuyó decisivamente. Sin asesores, sin una hoja de ruta y sin medirlas consecuencias, fue el ideólogo de este acercamiento. Desde los agresivos tuits y descalificativos emitidos hace unos meses, cuando todo hacía pensar que se desataría un conflicto político de escala mundial, hasta la osadía de aceptar una invitación de inmediato y programar un encuentro inédito. Todas las reglas de ta diplomacia fueron pasadas por alto y gracias a esa informalidad pudo concretarse algo que era imposible.  Así, el solo hecho de ver a esos líderes estrechando manos y sentándose más de cinco horas a conversar es un triunfo y una luz de esperanza para la paz en la península coreana. Dicho eso, el vaso medio vacío es que esta estrategia es insostenible en el tiempo e irrepetible en otras circunstancias. Es impensable que este acto podría resultar igual en conflictos similares como el de Israel y Palestina o la situación en Siria. Además, en resultados concretos, la declaración no es más que una expresión de voluntades, sin hoja de ruta concreta.  Ahora, es tiempo de la diplomacia. Los asesores y estrategas deben ser capaces de materializar esta voluntad en hechos y en un cronograma de pasos a seguir verificables y sobre los cuales se deberá rendir cuenta. Solo así la paz duradera es posible y una resolución definitiva al conflicto viable. Luego de este hito, cualquier error puede ser fatal.  Gracias a la osadía de Trump se dio un salto enorme. Pero soto el trabajo en equipo y el respeto a las formas puede salvar el plan ahor