Pulso

Angela Vivanco 158x158 3

Desde que la democracia llegó a ser el modelo universal de gobierno y la medida por la cual se estima que los estados cumplen o no con mínimos estándares de participación, se produjo un interesante fenómeno: todos decidieron declararse fervientes demócratas y lo manifestaron en sus constituciones, declaraciones de principios de partidos políticos, presentaciones de candidaturas, incluso al mismo momento de tomar decisiones que nada tienen que ver con el concepto ni con la práctica democrática. Ello ha llevado a la existencia de una considerable lista de democracias con apellido que no son tales, pero se visten de dicho lenguaje, y una serie de conductas que, amparadas en la libertad de expresión o la autodeterminación de los pueblos, pretenden quedar cubiertas por un paraguas democrático aunque disten diametralmente de tal realidad. Si bien tales construcciones podrían desarticularse con cierta facilidad si se las expusiera con un mínimo rigor a lo que son la democracia y las actuaciones propias de demócratas, ello se torna difícil como consecuencia de indefiniciones o cortapisas y también porque separar lo democrático de lo que no lo es exige cierta certeza y seguridad conceptual que cuesta hallar en sistemas capturados por los discursos tendenciosos, la postverdad y la apariencia La democracia no es una especie de saco blando y omnicomprensivo de cualquier postura o propuesta, no admite en su seno autoritarismos, atentados a los derechos fundamentales o abusos, por más que quienes los cometan declaren que lo hacen con el mejor propósito e inspirados en las libertades del pueblo.