El Mercurio

Gabriel Bocksang 158x158

Señor Director:

En su carta del miércoles, los profesores Couso y Fuentes han tenido la gentileza de definirnos monolíticamente lo que debe entenderse por universidad. Al arrogarse tal poder, han omitido algunos aspectos importantes en relación con esta interesante materia.

La institución llamada universidad, nacida de la civilización occidental y una de las coronas de su desarrollo, nació durante la Edad Media y al alero de la Iglesia Católica. Si hay universidades que existen "desde tiempos inmemoriales" (para retomar la terminología de los autores de la carta), son precisamente las universidades católicas. Las universidades "laicas" son, históricamente, una adjunción posterior -incluso en su vertiente "laicista", que no es lo mismo, pero que también vemos expresarse en nuestro sistema educativo-.

La universitas magistrorum et scholarium (el conjunto de profesores y estudiantes, según la definición tradicional de universidad) ha tenido, desde su formación, la misión de buscar, enseñar y amar la verdad. No existe una manera única de abrazar esta finalidad. En efecto, buena parte de la riqueza de la universidad está dada por la diversidad de énfasis, disciplinas y programas posibles.

Si, en ejercicio de la libertad de asociación y la libertad de enseñanza, una universidad asume una determinada perspectiva (como es el caso de la Pontificia Universidad Católica de Chile, aunque puede imaginarse un sinfín de perspectivas de otras índoles), ello no solo es legítimo, sino también deseable: un espejo de la riqueza de nuestra sociedad. Y es natural que ello no solo se plasme en su normativa, sino que se encarne en sus actividades y enseñanzas, las que podrán dialogar con las desarrolladas en otras instituciones.

Couso y Fuentes le plantean a Chile otra idea de la Universidad, que conduce a otra realidad: la negación de la identidad institucional, que aniquila el principio de asociatividad voluntaria; la exaltación del individualismo académico, que transforma a los profesores en meros engranajes recíprocamente intercambiables mientras cumplan con ciertos requisitos tecnocráticos (v. gr., un cierto número de publicaciones); y, en fin, el sometimiento de la actividad universitaria al Estado, que terminará decidiendo lo que a las propias entidades universitarias se les habrá negado decidir: su vía para promover la búsqueda de la verdad.