Pulso

Angela Vivanco 158x158 3

Esta semana la Presidenta ha firmado el proyecto de ley que busca "castigar a quien públicamente, o a través de cualquier medio apto para su difusión pública, incite directamente a la violencia física contra una persona o grupo de personas ya sea por su raza, origen nacional o étnico, sexo, orientación sexual, identidad de género o creencias".

Esta normativa de prohibición del discurso de odio o de la incitación a este, busca ajustar a nuestro país a los estándares internacionales que se corresponden con el respeto a la tolerancia necesario en una sociedad democrática, como asimismo a la interdicción de la intolerancia y la arbitrariedad propias de las sociedades "cerradas" y agresivas con los que piensan distinto o mantienen posturas no mayoritarias, lo cual por cierto va bastante más allá de los llamados "colectivos vulnerables" o las categorías "sospechosas" que suelen ser objeto de discriminación, que en el proyecto se destacan.

Sin embargo, y más allá de la orientación del proyecto, que habrá de discutirse durante su tramitación, es bueno hacer énfasis en una realidad previa: una sociedad que decide sancionar y prohibir este tipo de prácticas, debe dar también, en múltiples frentes, buena prueba de que ha descartado sólidamente, en la vida diaria y en el quehacer habitual, demostraciones de odio ideológico, religioso, social o de otro orden.

Aun ante el conflicto o legítimas reivindicaciones de derechos o posturas, no debe desarrollar conductas, emitir declaraciones o utilizar como herramienta el odio, manifestado en ataques, descalificación, injuria, mofa o desprecio por derechos y creencias de las personas.

Esa etapa previa no parece verificarse en nuestro país, más incluso -y lo digo con pesar- el "odio" se ha ido exacerbando cada vez más los últimos años, disfrazado o presentado de mil formas distintas, desde la espantosa indiferencia con la imagen de nuestro país o el daño a los demás, hasta la total descalificación de los adversarios, tan impropios de una democracia evolucionada.

¿Podemos decir que hemos superado el "odio" si la mayoría de las protestas o manifestaciones terminan con lesionados, daños a la propiedad o bloqueos como el del aeropuerto, que acabó con un turista muerto? ¿Estamos libres del "odio" cuando, en discusiones sobre temas valóricos, se ataca, se ridiculiza y se festina con temas tan importantes como la vida humana y la conciencia de las personas? ¿Está nuestra sociedad alejada del "odio" si, cada vez que no nos gusta un fallo o una decisión, arremetemos con violenta descalificación contra las autoridades o ellas mismas evidencian públicamente pueriles desagrados o rencores? ¿Se puede decir que hemos superado el "odio" si nuestra patria es asolada por actos terroristas, que representan el odio en su más pura esencia?

Es de esperar que el proyecto de ley en este sentido nos permita acercarnos al problema y no alejarnos de él, dado que hace mucho nos fijamos en los trajes de la Corte sin asumir que el rey está desnudo.

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