Diario Pulso

Angela Vivanco 158x158 3

Los que califican a Venezuela de 'democracia procedimental' o de 'democracia imperfecta', además de buscar términos eufemísticos y mal aplicados, evitan hacerse cargo de una amarga realidad que sólo puede abordarse si se reconoce tal cual es: la Venezuela de Maduro y sus cómplices es una dictadura, sin apellidos posibles. Como todas las autocracias, la que nos ocupa se caracteriza por tres rasgos bien definidos: el total privilegio de un interés -el del grupo gobernante- sobre los intereses del colectivo, sus derechos y necesidades; el ordenamiento jurídico no se respeta en la realidad, no existe Estado de Derecho, sino la pantalla jurídica que sirve a las necesidades políticas de perpetuación; y por último, las prerrogativas individuales dependen de la buena voluntad del poder. Es cierto que Maduro ascendió al poder gracias a la votación de su pueblo -no es el único que luego de ganar su sitial declaró su total desprecio a la 'sociedad abierta'-; también es cierto que la situación con la oposición se ha ido polarizando, pero nada de eso explica ni justifica las tropelías, las muertes diarias y la sistemática persecución de los opositores. En estos días en que muchos piden diálogo y otros proponen figuras mediadoras del conflicto, sólo nos queda desear que tan oscuro período pueda superarse con una salida institucional y no violenta, probablemente con ayuda/presión de la comunidad internacional. Sin embargo, la enseñanza que deja el drama venezolano a los demás países de América es rotunda y terrible: cuidado con los 'salvadores' de la nación, con los populismos que arrastran ocasionales mayorías, con la exacerbación de emociones en vez de ideas y con las 'refundaciones'.

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