El Mercurio / El Mercurio Regional

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En el debate sobre el aborto se ha usado con frecuencia un argumento de gran fuerza emotiva: una mujer cuya vida corre peligro o que lleva en su seno un niño destinado a morir o que ha sido violada se halla en una circunstancia tan difícil, tan dura, tan dramática, que perseverar en el embarazo no es exigible moral y jurídicamente (esto es, se trata de una conducta supererogatoria).

¿Se sigue necesariamente, de unas circunstancias dramáticas, la no exigibilidad de una conducta? En la experiencia cotidiana nos encontramos con muchas acciones que nadie dudaría en calificar de heroicas: los padres que cuidan a su hijo en una durísima enfermedad terminal, el policía que arriesga su vida para defender la vida y propiedad de otros, el fiscal que persigue a un peligroso narcotraficante, etc. No obstante el carácter heroico de estas conductas, es evidente que también son obligatorias. Las dramáticas dificultades que enfrentan las personas en el cumplimiento de tales obligaciones deberían movilizar a toda la sociedad (y, desde luego, al Estado y sus leyes) para darles el auxilio, apoyo y compañía necesarios para aligerar sus pesadas cargas tanto cuanto sea posible. Pero lo que no podemos hacer es taparnos los ojos y pretender que la obligación ha desaparecido: no obstante las dramáticas circunstancias, sigue siendo reprobable que los padres abandonen a su hijo moribundo, que el policía huya o que el fiscal mire para otro lado.

En las tres causales del debate sobre el aborto es aun más claro que no podemos negar la exigibilidad de perseverar en el embarazo, porque ya no se trata de hacer el bien posible, como en los ejemplos anteriores, sino de abstenerse de cometer una injusticia. El bien posible en la educación de un hijo supone unos deberes muy difíciles de determinar en concreto (todos los padres lo sabemos), pero la obligación negativa de no abusar de él física o psicológicamente no requiere de ninguna deliberación: no hay circunstancias, emociones o argumentos que justifiquen suspender una prohibición moral como esta. Del mismo modo, no hace falta deliberación para saber que hay que abstenerse de toda conducta que atente intencional y directamente contra la vida de un inocente. ¿Significa esto no hacerse cargo del drama que carga sobre sus espaldas la mujer que está dispuesta a abortar? Al contrario, hacerse cargo exige ofrecerle un alivio verdadero y matar a un inocente es siempre una falsa solución.

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