El Mercurio

José Joaquín Ugarte Godoy 158x158

Señor Director:

Don Alejandro Clocchiatti, del Instituto de Astrofísica de la Universidad Católica de Chile, ha dado en esta sección una respuesta un tanto ácida a mi carta del último 21 de octubre, relativa a la invocación de Dios en los actos oficiales del Estado. Critica mi afirmación de que la existencia de Dios es una verdad universalmente admitida, porque es de sentido común. Mi distinguido contradictor quiere desautorizar al sentido común, refiriendo que al margen de un ejemplar del libro de Copérnico "De revolutionibus orbium celestium" (De las revoluciones de los orbes celestes), en que daba a conocer su hipótesis heliocéntrica (el Sol es el centro del sistema planetario, y no gira el Sol alrededor de la Tierra; y el Sol y no la Tierra es el centro del Universo), un matemático del siglo XVI censuró a Copérnico y defendió el sistema geocéntrico, invocando "el consenso universal". De ahí pasa a concluir el profesor Clocchiatti que el sentido común -que serviría para mucho en el ámbito legal- no serviría para probar verdades universales; y termina amonestándome para que -si deseo que él y sus colegas de astrofísica presten atención a mis cartas más allá de la primera línea-, por favor no los obligue a salir a discutirme con "De revolutionibus..." bajo el brazo.

Puedo replicar:

1) El sentido común de la naturaleza, como dice Zigliara (Summa Philosophica I, p. 257) es la causa de que siempre y en todas partes juzguen los hombres que Dios existe; que hay que honrar a los padres; que los padres naturalmente aman a los hijos y otras cosas semejantes; y que esto se debe no a estudio ni reflexión, ni a la experiencia de la vida -que origina los proverbios-, sino a la misma naturaleza racional.

2) El objeto del sentido común -como lo expuse en mi criticada carta, y dicen los autores- son las verdades elementales muy próximas a los primeros principios de la razón, necesarias para conducir la vida animal y racional, y se ejerce solo sobre las expresadas verdades, porque las arduas y más difíciles de conocer ni son necesarias ni están al alcance de cualquier hombre (Zigliara, loc. cit.)

3) A la luz de lo dicho, se ve bien que la crítica del profesor Clocchiatti no logra refutar mi aserto de que la existencia de Dios es universalmente admitida por ser de sentido común, desde que este solo se refiere a verdades fáciles e indispensables de conocer para la vida, y el que el Sol sea el centro del Universo, si fuera verdad -hoy sabemos que no lo es-, sería una verdad de difícil acceso y en lo absoluto necesaria para la vida, y, por otra parte, el matemático del siglo XVI que censuró a Copérnico en nota marginal no invocó el sentido común, sino el consenso universal, que no es lo mismo, pues puede referirse a errores -incluso a errores compartidos por todos o casi todos en una época determinada, como la planicie de la Tierra- y a temas difíciles y no necesarios de conocer para la vida, como es el caso.

4) Contra lo que piensa mi distinguido contradictor, el sentido común sí alcanza verdades universales -y además perdurables-: los primeros principios de la razón especulativa son su patrimonio fundamental: el de contradicción -que no se puede ser y no ser al mismo tiempo-; el de razón suficiente -que todo ser tiene una suficiencia inteligible-; el de conveniencia -que es mejor ser que no ser-; el de causalidad -que todo lo que comienza a ser o se mueve lo hace por obra de otro-; el de finalidad -que todo agente obra por un fin-; y los primeros principios de la razón práctica u operante: que hay que hacer el bien y evitar el mal; que hay que tratar a los demás como queremos de ellos ser tratados, etc. Sobre estas bases, aún el niño llega espontáneamente a la existencia de Dios: de un ser increado y perfectísimo, autor de todas las cosas: si todas las cosas fueran creadas, no habría nada. Estas verdades son perennes, a diferencia de las de la astronomía, de las que dijo Santo Tomás que no podían afirmarse, porque quizá se podrían explicar los movimientos aparentes de las estrellas por algún otro procedimiento que los hombres no han concebido todavía (Del cielo, I, II, lec. 3 y Suma Teológica, I, q. 32, a 1 ad 2).

5) No está de más, si se ha querido hacer ver alguna supuesta incompatibilidad entre la admisión de la existencia de Dios y el hallazgo de las verdades astronómicas, anotar que Copérnico fue un sacerdote católico de gran fe y piedad, como lo demuestra su epitafio, en que al Señor pide "insistente, no la venia como Pablo, ni la gracia de Pedro, sino la que le otorgó al buen ladrón en el madero de la cruz"; y que la teoría de Big Bang fue formulada por Georges Lemâitre, sacerdote belga y profesor de la Universidad de Lovaina.