El Libero on-line

Ricardo Irarrázabal 158x158

Muchos se habrán sorprendido con el apoyo del ministro del Interior Mario Fernández al proyecto de aborto del gobierno, del cual él es su jefe de gabinete. El ministro, un católico practicante, señala estar de acuerdo con el programa de gobierno "de punta a punta", señalando tener la convicción de que "el proyecto de la Presidenta no lesiona" sus creencias religiosas, ya que no estaríamos "frente a un proyecto de aborto" sino que a uno que despenaliza. En el fondo, el ministro trata de conciliar en forma bastante débil sus convicciones con el proyecto, trasladando la discusión hacia el contenido del mismo, el cual, como es sabido, más que despenalizar, pretende establecer un derecho, lo cual a su vez gatilla la discusión sobre la objeción de conciencia.

El tema es de la mayor relevancia. ¿Cómo se relaciona la fe (convicciones religiosas) con la política (poder)? El Rector Carlos Peña, analizando este caso, señala que ambas esferas no debieran tocarse ya que "las convicciones de la fe solo pueden ser esgrimidas para las decisiones relativas a la propia vida pero no para las vidas ajenas". Así, para su concepción de "liberal", "las personas con convicciones distintas, pero obligadas a convivir unas con otras, deben buscar consensos superpuestos, convergencias parciales acerca del modo de organizar la vida en común". Ahora, estas "convergencias parciales" y "consensos superpuestos" necesariamente requieren de aproximaciones valóricas, las cuales naturalmente pueden estar en un partido político, en una junta de vecinos y también en una confesión religiosa. Y esas aproximaciones valóricas apuntan a la consecución del bien común, el cual nuevamente se basa en una concepción valórica: por algo es "bien" común. De hecho, en la actual discusión constitucional, lo primero que se sometía a discusión en los encuentros locales autoconvocados eran los "valores y principios" constitucionales. Las mismas políticas públicas parten siempre de aproximaciones valóricas de distinto tipo señaladas en los diagnósticos y finalidades de las mismas. Así, ambas esferas, la fe desde una concepción valórica y la política, no solo se tocan, sino que se exhortan permanentemente. Es por eso que la Iglesia, a través de su doctrina social, ha ofrecido respuestas a las distintas inquietudes sociales y políticas de la historia, "dejándose interpelar por los eventos que en ella se producen" desde la cuestión obrera en su época a la ambiental actual.

Y el Papa Francisco nos ha llamado a participar en política. "Involucrarse en la política es una obligación para un cristiano... Nosotros, cristianos, no podemos jugar a Pilato, lavarnos las manos; no podemos. Tenemos que involucrarnos en la política, porque la política es una de las formas más altas de la caridad, porque busca el Bien Común". Sin embargo, a los cristianos que se involucran en política, también se les pide coherencia. Y ella resalta especialmente cuando pueden generarse contradicciones entre las lógicas de poder y las de las aproximaciones valóricas, situaciones que muchas veces no son fáciles de resolver y que a veces pueden significar mantenerse un tiempo en el poder de manera de influir en las decisiones políticas. Sin embargo, ello evidentemente tiene un límite que no puede ser traspasado. Y ese límite tiene que ver con la "inalienable dignidad de la conciencia", mencionada por San Juan Pablo II en la Carta Apostólica para la proclamación de Santo Tomás Moro como Patrono de los gobernantes y políticos. Al respecto, señala que "precisamente por el testimonio dado, ofrecido hasta el derramamiento de su sangre, de la primacía de la verdad sobre el poder, Santo Tomás Moro es venerado como ejemplo imperecedero de coherencia moral". Para los católicos, la pregunta es simple: ¿Qué es más importante: ser un político católico o un católico político? La respuesta no es tan simple.