Wayerless Online

Ricardo Irarrázabal 158x158

De acuerdo al libro "Una mirada al alma de Chile", que recopila 10 años de la encuesta Bicentenario (2006 hasta el 2015), los chilenos hemos transitado desde un optimismo desbordante a uno bastante más realista, y con una confianza en nuestras instituciones que ha caído en forma importante. Además, reconocemos que tenemos menos amigos y sabemos menos el nombre de nuestros vecinos.

¿Qué nos estará pasando? ¿No se suponía que para el Bicentenario íbamos a ser un país "casi-desarrollado" y eso nos inundaría de felicidad?

Cuestionamientos similares surgieron con ocasión del Centenario de la República. Basta recordar el famoso discurso de Enrique Mac-Iver Sobre la Crisis moral de la República. En él decía: "Me parece que no somos felices... la holgura antigua se ha trocado en estrechez, la energía para la lucha de la vida en laxitud, la confianza en temor, las expectativas en decepciones".

Al parecer, tenemos un problema de "alma". Y es que no hemos sabido descubrir las principales preocupaciones de nuestra época. Henry Lacordaire, famoso predicador francés, expresaba que "es propio de los grandes corazones el descubrir la principal necesidad de los tiempos en que viven y consagrarse a ella". Y San Alberto Hurtado, en Humanismo Social, enumeraba en 1946 los principales dolores de dicha época: dolores morales, especialmente respecto a la constitución de la familia; y dolores humanos como la falta de instrucción y educación, el problema de la vivienda, la situación económica de la clase obrera y la remuneración del trabajo.

Ahora bien, tal como lo hizo el Padre Hurtado en 1946, es importante que cada uno se pregunte por los dolores de nuestra época. ¿Cuáles son? ¿Será la justicia? ¿La vida? ¿La libertad? ¿La familia? ¿La verdad? Para los católicos, no sólo la pregunta resulta ineludible, sino que también involucrarse en su respuesta. Ya lo dijo el Papa Francisco en una audiencia a un grupo de jóvenes: "Involucrarse en la política es una obligación para un cristiano... Nosotros, cristianos, no podemos jugar a Pilatos, lavarnos las manos; no podemos. Tenemos que involucrarnos en la política, porque la política es una de las formas más altas de la caridad, porque busca el Bien Común. Y los laicos cristianos deben trabajar en política".

Y frente al desprestigio de la vieja política -tal como lo demuestra la Encuesta Bicentenario-, el Papa nos habla de una política distinta: "¿No será la política, la vieja política, demasiado sucia, peligrosa para quien aspira a una vida recta? Pero me pregunto, se ha ensuciado ¿por qué? Es fácil decir la culpa es de ese. Pero yo, ¿qué hago? Es un deber. Trabajar por el bien común es un deber de un cristiano. Y muchas veces para trabajar, el camino a seguir es la política".

Y si necesitamos desentrañar el alma de Chile, qué mejor que la famosa homilía del Cardenal Raúl Silva Henríquez con ocasión del Tédeum del 18 de septiembre de 1974. El Cardenal no se quedó en la contingencia, sino que fue más allá: habló del alma del país y de su reconciliación: "Chile quiere seguir siendo Chile. Chile anhela empezar otra vez, estar como antes, como siempre, a la cabeza del reino de los grandes valores; pequeño y limitado, tal vez, en su potencia económica; grande y desbordante en su riqueza de espíritu. Un formidable ímpetu de reencuentro y reconciliación surge y quisiera imponerse entre nosotros: reencuentro con nuestro ser original, reconciliación con nuestra tarea y destino y con todos aquellos que por sangre y espíritu caminan con nosotros. Esta afirmación imperativa de nuestra propia identidad se dejará solamente encontrar en la fidelidad de nuestra tradición".

Los chilenos necesitamos re-encontrar el alma perdida de Chile, preguntarnos por nuestros dolores y aspirar así a una mayor trascendencia y felicidad. Tal como lo decía el historiador Jaime Eyzaguirre, "para nosotros se ha escrito un porvenir abierto: se nos debe en justicia la luz por el dolor y el dolor se hará estrella".