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Cristóbal García-Huidobro 158x158

Por siglos, la cultura romana ha fascinado al mundo occidental, ya sea por sus enormes adelantos como por supervivencia en el tiempo. Hoy por hoy vivimos en ciudades similares a las de los romanos, tenemos familias similares a las que ellos tenían y nuestros sistemas de gobierno los han tenido como modelo a seguir.

A los romanos se les ha retratado una y mil veces como grandes conquistadores militares a la vez que indulgentes moralmente hablando, inclinados a diversos placeres que iban desde el sexo a la comida, sin freno, literalmente orgiásticos. Roma asombra porque pese a que el Imperio ya no existe como una entidad política y material podemos reconocernos como descendientes de su cultura y herederos.

Las obras de pensadores de la talla de Séneca o Cicerón hasta hoy son de consulta obligada para aquellos que estudian la evolución del pensamiento político. La gloria de las grandes batallas de Julio César y Marco Antonio siguen siendo estudiadas en las academias militares, y los excesos de un Calígula o un Nerón siguen alimentando la fantasía de numerosos autores. Desde las grandes conquistas de Adriano, que llevó las fronteras del Imperio a su máxima expansión, hasta el legado intelectual y filosófico del inmortal Marco Aurelio, todo ello es parte de ese patrimonio común que vive en nosotros y para nosotros. Por eso Roma, todavía, impera sobre el mundo.