La Tercera Internet

Javier Infante 158x158

Muchos intelectuales hacen hincapié en el carácter cíclico de la Historia. Entre ellos vale la pena recordar una frase de Darwin, quien señaló que "La Historia se repite. Ese es uno de los errores de la Historia". Si bien la Historia no se repite realmente, lo cierto es que a veces rima.

La Historia de nuestro país no escapa a esta realidad. Chile, contrariamente a lo que el común crea, no ha sido un oasis de estabilidad, paz y desarrollo. Si bien es cierto que tampoco ha tenido una trayectoria turbulenta, podríamos concluir que Chile se encuentra en el punto medio de los países de la región en lo que a estabilidad política se refiere. No hemos tenido una rotación casi constante de presidentes ni congresos –ni curiosos títulos como Presidente Regenerador o Congreso Constitucional-, aunque tampoco nos ha faltado una cuota de improvisación y precariedad institucional. Pese a ello, Chile ha logrado salvar los obstáculos de su propio crecimiento, y de a poco ha logrado posicionarse como uno de los países ejemplares en el vecindario. Sin embargo aún nos falta mucho.

Lamentablemente para nuestro país, la clase dirigente nunca supo estar a la altura de las circunstancias. Alberto Edwards denunciaba esto mismo hace casi un siglo, al dar cuenta de las perniciosas consecuencias que el establishment –que él llamó fronda aristocrática- tenía para el desarrollo nacional. El problema con aquel diagnóstico es que sigue plenamente vigente. Si bien hoy no todo el Congreso está alineado con los intereses de una pseudo casta, parte de él lo sigue estando. Y la otra mitad, en vez de velar por los intereses opuestos, pareciera estar más preocupada de conservar su parcela de poder y plantear ideas trasnochadas que de lograr un real avance para la institucionalidad. El problema no es la contraposición de posiciones –la historia está llena de ejemplos existosos-, sino el inmovilismo y la vocación totalitaria de cada uno de los bandos que en nuestro caso están involucrados.

La mal llamada "derecha" chilena realmente ha confundido su discurso desde muy temprano. Quizá el punto de inflexión en la evolución política de aquel sector se encuentre en 1829, cuando el sector ilustrado –y dirigente- optó por apoyar el orden autoritario, desechando al mismo tiempo un modelo republicano, liberal y participativo. De allí que la "derecha" chilena no sea liberal ni democrática, sino por el contrario, conservadora y autoritaria.

La izquierda por otra parte, si bien no tiene raíces tan añosas, tampoco ha sabido adecuarse a los tiempos. Frente a una izquierda internacional que ha sabido conciliar sus principios con el juego democrático –ejercicio que funcionó bastante bien durante los gobiernos de la extinta Concertación-, la izquierda chilena se ha levantado el velo para demostrar que de aprendizaje casi nada, y que la política de acuerdos era sólo un medio –o remedio- mientras no se obtuviesen las mayorías necesarias para cumplir sus verdaderos anhelos.

Chile necesita de un nuevo elenco político. Necesita una derecha liberal, heterogénea, tolerante, inclusiva y repetuosa, así como una izquierda conciliadora, dialogante y democrática. Atrás han quedado los años de golpes y revanchas, y el paso que Chile debe dar implica un cambio de mentalidad. Y es que al final del día, la política interna, al igual que la exterior, también debe ser con altura y visión de Estado.