El Mercurio Legal

enrique alcalde

Pienso que en algunas ocasiones —y más aún en esta autoproclamada "sociedad de los derechos"— un columnista tiene el "derecho" de abandonar la estrechez que le impone una mirada esencialmente técnica o profesional de los temas sobre los cuales se le ha encomendado escribir. Hoy me tomaré esa licencia.

A propósito del término de la selección escolar, particularmente en los llamados "liceos emblemáticos", reforma tributaria y otras iniciativas que hoy se debaten en pro de la igualdad, parece oportuno recordar una antigua anécdota que se hace cargo de algunos aspectos de fondo generalmente preteridos en la discusión.

Cuentan que un reconocido profesor de economía, de una prestigiosa universidad estadounidense, comentó que él nunca había reprobado a uno de sus estudiantes pero que, en una ocasión, tuvo que reprobar a la clase entera.

Sus estudiantes le insistían en que el socialismo sí funcionaba, que en este sistema no existían ni pobres ni ricos, sino una perfecta igualdad.

El profesor, entonces, les propuso a sus alumnos hacer un experimento en clase sobre el socialismo.

Todas las notas iban a ser promediadas y a todos los estudiantes se les asignaría la misma nota de forma que nadie sería reprobado, aunque naturalmente nadie sacaría un 7.

Después del primer examen, las notas fueron promediadas y todos los estudiantes sacaron un 5. Los alumnos que se habían preparado muy bien estaban molestos; en cambio, aquellos que estudiaron poco, no podían disimular su satisfacción.

Cuando se realizó el segundo examen, los alumnos que estudiaron poco estudiaron aún menos, y aquellos que habían estudiado duro decidieron no hacerlo puesto que no podrían aspirar a un 7; y, así, también estudiaron menos.

¡El promedio del segundo examen fue de un 4! Nadie estuvo contento.

Pero cuando se llevó a cabo el tercer examen, toda la clase obtuvo un 3: ¡todos reprobados!

Las notas nunca mejoraron. Los estudiantes comenzaron a pelear entre sí, culpándose los unos a los otros por las malas notas hasta llegar a insultos y resentimientos, ya que ninguno estaba dispuesto a estudiar para que se beneficiara otro que no lo hacía. Para el asombro de la clase, ¡todos perdieron el año! y el profesor les preguntó si ahora entendían la razón del gran fracaso del socialismo.

Es sencillo; simplemente se debe a que el ser humano está dispuesto a sacrificarse trabajando muy duro cuando la recompensa es muy atractiva y justifica el esfuerzo; pero cuando el gobierno quita ese incentivo, nadie va a hacer el sacrificio necesario para lograr la excelencia. Finalmente, el fracaso será general.

La anécdota transcrita nos lleva, a modo de corolario, al célebre pensamiento de Adrian Rogers:

"Todo lo que una persona recibe sin haber trabajado para obtenerlo, otra persona deberá haber trabajado para ello, pero sin recibirlo... El gobierno no puede entregar nada a alguien, si antes no se lo ha quitado a alguna otra persona. Cuando la mitad de las personas llegan a la conclusión de que ellas no tienen que trabajar porque la otra mitad está obligada a hacerse cargo de ellas, y cuando esta otra mitad se convence de que no vale la pena trabajar porque alguien les quitará lo que han logrado con su esfuerzo, eso... mi querido amigo... es el fin de cualquier Nación. No se puede multiplicar la riqueza dividiéndola".