El Mercurio
Señor Director:
Llega marzo, comienzan las clases universitarias y por primera vez en más de cuarenta años no estará con nosotros en Derecho UC el insigne profesor y exdecano Arturo Yrarrázaval Covarrubias. Nos dejó hace poco más de un mes y será un marzo distinto, vacío de su presencia física, pero lleno de su virtuoso legado académico.
A todos los homenajes que se le rindieron en esos días, permítaseme agregar una reflexión sobre un atributo del profesor que lo hacía del todo excepcional: su sencillez, su modestia, su extrema humildad. Esto, en ambientes académicos, no suele abundar. Habiéndose doctorado en la prestigiosa Yale en épocas pioneras para el Derecho chileno, sus altos pergaminos contrastaban con su bajo perfil. Arturo condujo así, con este estilo, su larga vida docente y sus siete fructíferos años de decanato. Combinaba una caballerosidad excelsa con un grado de responsabilidad y vocación académicas que nos dejó incontables veces admirados.
Preocupado al máximo de la persona del alumno, de los funcionarios, del reconocimiento a la muchas veces ingrata labor docente y administrativa, el exdecano lo hacía todo desde la modestia. Apoyó a profesores jóvenes, proyectos innovadores y junto a su equipo transformó —profesionalizó— la Facultad. No dejó sacrificio personal por hacer en esta tarea. Recuerdo verlo muchas veces atravesar Santiago, aun antes de ser decano y en medio de su tortuosa agenda, para asistir a toda clase de seminarios, lanzamientos de libros o actos académicos con los que no tenía ningún compromiso especial. Solo lo movía una vocación neta, plena.
Extrañaremos al profesor Yrarrázaval y su impronta de sencillez.