La Tercera
En “La Odisea”, Homero nos cuenta que Ulises siguió el consejo de Circe, antes de pasar cerca de la isla de las sirenas de irresistible y letal canto. Pidió, por tanto, que lo aten al mástil del barco, mientras el resto de la tripulación permaneció libre, pero con cera en sus oídos. La instrucción que Ulises le dio a esta fue clara: pase lo que pase, no podrían desatarlo. En caso que intentara soltarse, les solicitó que lo amarren más. Como era de esperar, Ulises sucumbió al canto de las sirenas. Sin embargo, por más que rogó, la nave siguió el camino antes trazado, incólume. El consejo de Circe es sabio, y vale para todo el que deba vencer tentaciones irresistibles y superar desafíos de proporciones. Después del resultado del último plebiscito, es un mito que conviene recordar, particularmente por los consejeros constitucionales de las derechas chilenas. No lo hicieron los convencionales de las izquierdas en el proceso constituyente pasado, y es por todos conocido el costo que terminaron pagando.
En la Convención Constitucional la quimera consistió en refundar un país que no lo necesita, desde una inexistente hoja en blanco. Hoy, el peligro radica en reemplazar los avances producidos por décadas de reformas constitucionales, en ciertas áreas del derecho que solo requieren de actualizaciones. Uno de estos ámbitos es el de las relaciones entre los derechos internacional e interno. La lectura comparada de lo que será el anteproyecto de nueva Constitución, que propondrá la Comisión Experta al Consejo Constitucional, permite constatar que lo ahí regulado en esta materia responde a una cultura jurídica que tiene sus particularidades, fruto de una estimable historia construida a lo largo de muchos años de avances y retrocesos, algunos bastante dolorosos. En el ámbito que nos ocupa, ¿cuál es el canto de sirenas que tendrán que enfrentar los consejeros constitucionales de las derechas? Básicamente, en seguir un nacionalismo anacrónico que los lleve a desconfiar del derecho internacional, al punto que se discutan propuestas que signifiquen un retroceso respecto de la normativa constitucional actualmente vigente, proveniente de importantes reformas, como las de 1989 y 2005.
La esencia de dicha normativa está compuesta por ciertos principios que han pasado a formar parte intrínseca del tejido constitucional en la materia. Quizás el más importante es aquel que establece que los tratados se incorporan al sistema jurídico nacional, sin alterar su naturaleza internacional. Esto permite evitar confusiones respecto a su entrada en vigor, suspensión y terminación, que se les interprete correctamente, y corrobora el rango supralegal que los tratados tienen en Chile, el cual viene siendo reconocido por la jurisprudencia del Tribunal Constitucional desde 2002. Cualquier modificación constitucional en la materia debiera partir de este principio básico, que provee los cimientos que han permitido articular el derecho nacional con las obligaciones convencionales internacionales de nuestro Estado, facilitando su cumplimiento.
En circunstancias bastante similares a las actuales, pero en sentido político inverso, una mayoría circunstancial incontrarrestable se intoxicó en los embriagantes cantos de sus propias sirenas ideológicas, haciendo fracasar el proceso constituyente entonces en curso. Es de esperar que los consejeros constitucionales de las derechas amarren bien a sus Ulises y pongan cera en sus propios oídos, evitando caer en la ilusión de pensar que un nuevo proceso ofrece la posibilidad de tener un derecho internacional a la carta. Chile se merece una Constitución moderna, que le permita interactuar de mejor manera en una sociedad internacional cada vez mas compleja y demandante. Habrá que tener cuidado con esos y otros cantos de sirena que aparezcan en el transcurso de este navío que no le pertenece a colectividad política alguna, por la sencilla razón que es de todos nosotros.