El Mercurio 

Milenko Bertrang 96x96

El pasado viernes, cuando el jurista coreano-norteamericano Harold Koh tomó el podio en el Palacio de Justicia de La Haya para realizar la última alocución de Chile en la primera ronda de alegatos sucedió algo invisible a la imagen televisiva, pero radical para el éxito de la defensa chilena. En la exposición de Koh, nuestro país por fin se desató de las amarras de formalismo jurídico y la casuística, y dio inicio a la presentación de su propio relato de la causa basado no solo en el Derecho, sino que también en la justicia y en la viabilidad de las relaciones diplomáticas.

Este cambio de tono, de actitud incluso por parte de Chile, si bien planeado desde hace mucho y con gran cuidado por el excelente equipo encabezado por Claudio Grossman, se hizo esperar hasta el último alegato de la primera ronda por méritos que hay que reconocer a Bolivia. Inteligentemente, las presentaciones escritas y orales de La Paz, si bien aparentemente inconexas, y llenas de imputaciones poco rigurosas, habían impedido a Chile hasta ahora concentrar sus fuerzas en presentar su propio caso, su propia narrativa coherente y capaz de convencer a los jueces de que la justicia, y no solo el Derecho está con nuestro país, y que dar crédito a la petición de Bolivia devendría imposibles las relaciones diplomáticas tal cual hoy las conocemos, haciendo no más cercana la paz en el mundo, sino que volviéndola mucho más incierta.

Con el cambio permanente y desvergonzado de las tesis jurídicas subyacentes a su petición, con la no menos grosera reinterpretación de los hechos históricos como piezas móviles que rotaban a su antojo, Bolivia forzó a Chile a un papel reactivo. Hasta este viernes, nuestro país se ha visto forzado en gran medida a una tarea a veces agobiante de microgestión, en la que tuvo que hacerse cargo de cada falsedad histórica, de cada texto citado a medias y de cada argumento tergiversado por La Paz, sin poder hasta ahora contar su propia historia, mientras Bolivia, consciente de que tenía a Chile detenido en cada señuelo que había dejado en el camino, se abocaba libremente a convencer a los jueces con su metarrelato de víctima, de abuso histórico y de pretendida fraternidad continental.

El equipo de Chile, pacientemente, cumplió con rigor de estudiante aplicado la tarea que le dejó Bolivia, desmantelando con precisión clínica cada mentira sembrada por los agentes altiplánicos. Ahora, y como ya lo anunció el excelente discurso de Koh es momento de que Chile no pierda tiempo respondiendo las nuevas falsedades e imputaciones puntuales que hará Bolivia el lunes, sino que, por fin, se aboque a contar la verdad de esta historia, que no es otra que el abuso de las instituciones jurídicas por parte de Bolivia, que pretende torcer el Derecho para forzar a Chile a lo que no está ni ha estado jamás obligado.

La política exterior de Chile ha sido tradicionalmente sobria y confiada hasta el extremo en la letra de los textos y en la hoja firmada. Sin renunciar a ello, se hace necesario ahora, y a ello asistimos el viernes, que Chile se plantee asimismo ante la Corte asertivamente y con la frente en alto como el país respetuoso del Derecho y de sus vecinos que es y siempre ha sido, y que por tanto tiene derecho a exigir el mismo respeto.

Sin duda acertó el Presidente Piñera manteniendo intacto un equipo jurídico comandado hábilmente por un agente de gran experiencia en derechos humanos, y quien por tanto sabe que para lograr el éxito de una causa no solo hay que apelar a la razón de los jueces, sino también a sus profundas convicciones de justicia. Asimismo el nuevo canciller, quien se ha empapado en corto tiempo del caso con un rigor encomiable, como hombre de letras que es, sin duda tiene clarísimo lo que ya enseñaba Aristóteles hace 25 siglos: que el éxito de un mensaje no solo depende de su contenido, sino también del lugar (topoi) desde que se lo presenta y de la forma en que se lo ofrece a la audiencia determinada; en este caso, los jueces de la Corte que escucharán el próximo miércoles, a Chile hablar con renovada fuerza y convicción de que la verdad y la justicia están de nuestro lado.