Pulso 

Angela Vivanco 158x158 3

El escenario de las elecciones presidenciales fue duro y filoso. Acusaciones, descalificaciones, comentarios desafortunados fueron la tónica de campañas muy polarizadas y con un aire de prácticas y lenguajes ya superados desde hace décadas en nuestro país.

El sólido e indiscutible triunfo de Sebastián Piñera fue un buen cierre a ese proceso enrarecido, no sólo porque demostró que “el centro aún existe” (aunque varios lo habían dado por desaparecido, identificándolo y reduciéndolo sólo a la situación conflictuada de la cúpula de la DC), sino porque además dejó claro que la mayoría de los ciudadanos no dedican sus esfuerzos y esperanzas a las trincheras ideológicas, sino a la necesidad de encontrar instancias de prudencia, trabajo y diálogo que permitan remontar los graves problemas de salud que vive el país, lo bajas de sus pensiones, las carencias del sistema escolar, la constante amenaza de la delincuencia y la precarización del trabajo. Eso hoy pesa mucho más que los discursos vociferantes, los eslogans vacíos o las pretensiones sin asidero en la realidad.

¿Significa esto que el electorado de Guillier no vislumbra esa realidad? A mi juicio no es así. Sin perjuicio de las sensibilidades políticas, de las lealtades partidarias y de lo que muchos de nuestros compatriotas tributan a una historia que nos dividió violentamente y que dejó mucho dolor, existe conciencia en gran parte de nuestro pueblo -y eso incluye a los que votaron por dicho candidato, o por el

Frente Amplio en su oportunidad- que, sin abandonar banderas e idearios, es necesario rescatar la capacidad de dialogar y de coincidir en los diagnósticos y en las posibles soluciones a los problemas acuciantes.

Cuando en las noticias vemos cada día casos de pacientes que quedan a su suerte, por no gozar de cobertura por parte del sistema de salud; o a personas que se ganan la vida vendiendo en la calle en vez de tener empleos estables; o ancianos que gastan toda su miserable pensión en medicamentos y no tienen cómo vivir, todos nos conmovemos y afligimos y no sólo los que votaron por el candidato ganador.

La clave del período presidencial que se inicia en marzo de 2018 es identificar adecuadamente ese común múltiplo que permite la justicia social con herramientas de realidad, que reconoce que aún dentro de lo importante hay que priorizar lo urgente, y que muchos de los grandes proyectos del país pasan por un Congreso en que se requieren votos de distintos sectores para sacar adelante -más que “legados” con nombre y apellido- leyes que destraben las situaciones críticas y nos ayuden a superarlas. Llegar a esos consensos no es exclusividad de un sector, sino una tarea conjunta y a eso sí le podemos llamar “hacer patria”.

Mientras declinan los gritos de “comunachos”, “fachos pobres”, “idiotas” y “resentidos”, dejemos que se oigan las voces pausadas de quienes, desde el sector que mejor los represente, se muestren comprometidos con el aporte a un país que estuvo decaído y desanimado, y que hoy requiere nuevos aires y fuerzas.