El Líbero

Angela Vivanco 158x158 3

A pocos días de las elecciones presidenciales, parlamentarias y de Cores el país presenta una cierta intoxicación por exceso de descalificaciones entre candidatos, comunicaciones airadas, errores y trascendidos sin fundamento, desafortunadas intervenciones de familiares interesados y una puesta en escena que alude más a emociones que ideas, y a lo malo que es el otro antes que a lo recomendable que es uno mismo.

Esperemos que tal espectáculo no desincentive el voto de los chilenos. Porque más allá de las pasiones de los partidos, sus dirigencias y momentos electorales, tenemos que seguir viviendo en un país con defectos y virtudes, pero que sin duda requiere con urgencia decisiones de fondo y no voladores de luces, liderazgos ni imágenes montadas, y acción más que promesas. Precisamente por ello, aunque haya tentaciones de restarse de estos procesos, más que nunca debemos manifestarnos con nuestro voto para que esas necesidades sean atendidas y se consiga dejar atrás las puras expectativas y buenos deseos, reemplazándolos con avances concretos.

Sin perjuicio de tal necesidad y deber cívico en torno al voto, es bueno sacar ciertas enseñanzas de los meses recién pasados, que permitan a Chile avanzar —incluso más allá de quienes resulten electos— y desterrar definitivamente ciertos comportamientos y prácticas que le hacen profundamente mal a nuestra sociedad, a nuestra cultura y a nuestro sentido de la dignidad y de la responsabilidad. Así, hay algunos “nunca más” que debemos acordar independientemente de nuestro color político, en aras de que la cosa pública sea rescatada en aspectos trascendentes y nobles.

Algunos ejemplos...

Es bueno que haya candidaturas que representen no sólo a partidos, sino a diversas sensibilidades y aspiraciones sociales, ellas son el reflejo de nuestro interés en la participación ciudadana y una manifestación democrática. Ello, sin embargo, no significa que las candidaturas simbólicas y sin posibilidad alguna de obtener el cargo dediquen su tiempo de debates o propaganda electoral, su acción íntegra, exclusivamente a atacar a los candidatos más fuertes, a denostarlos o a hacer ofrecimientos del todo delirantes al país. El electorado merece respeto, la competencia no puede ser el terreno del insulto o de la mofa y la postulación a los cargos no es la ocasión de hacer terapia sobre odios o resentimientos. Nunca más candidatos sin programa, sin proyectos, sin conexión con la realidad de Chile: esas personas pueden ejercer su libertad de expresión por otros medios.

Las entrevistas políticas serias tienen momentos de tensión y, por cierto, preguntas incómodas. Coincido plenamente con la idea de que los periodistas y comunicadores sociales sirven al público y no a las simpatías o comodidades de los candidatos; asimismo, los entrevistadores tienen lícitamente sus preferencias, colores políticos e ideario. Pese a ello, es menester indispensable cuidar las formas y actitudes para que esos encuentros no terminen siendo arenas de circo, en que se espera sangre para que se cumpla el propósito o se hagan tan evidentes las antipatías —o, por el contrario, los afectos— que se pierde cualquier pretensión de objetividad. Así como los abogados sabemos que en los alegatos podemos enfrentarnos fieramente, pero que resulta hasta ridículo seguir peleando terminados éstos, tratemos de no confundir nunca más periodismo incisivo con atacante, entrevistas con ejecuciones, posturas personales con complacencia o crispación.

Y a propósito de informaciones: estamos acostumbrados todos los días por las noticias a saber de muertes, asaltos, abusos y otras tantas tropelías, pero eso no puede significar — menos en época de elecciones— que estemos más preocupados de peleas cortas o trascendidos escandalosos que de la difícil situación de inseguridad, enfermedad o desprotección que viven nuestros compatriotas. Por favor, seamos un poco más exigentes y solidarios: nunca más burbujas de jabón mientras la realidad de algunos de nosotros se parece más a una pesadilla.

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