La Tercera

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Señor director:

El profesor Daniel Mansuy, en su columna de ayer, argumenta sobre la insuficiencia del mercado para generar incentivos a la libre competencia y la necesidad de "pensar el mercado desde categorías políticas". Por supuesto que compartimos el punto central de su postulado: ni el más "fanático de la autorregulación" (sus palabras) puede imaginar un mercado sin instituciones políticas.

Cuando hablamos de "libre competencia" analizamos un modelo teórico de competencia perfecta, que no existe y probablemente no ha existido jamás. La regulación del Estado genera costos, barreras de entrada, monopolios y limitaciones que impiden que podamos calificar el sistema actual como "perfectamente competitivo". Finalmente, el Estado se encarga de generar incentivos para buscar un ambiente lo más competitivo posible.

Por eso no resulta razonable una apología a la regulación del Estado, ni tampoco ensalzar a la "gran sociedad" para defendernos del mercado. Autores como Mancur Olson nos recuerdan desde la década del 60 que las democracias también pueden sufrir "esclerosis" gracias a grupos de presión o interés, y que el Estado es sujeto de fallas incluso más graves que el mercado; por ejemplo, su captura por dichos grupos intermedios. Una visión benevolente con el regulador puede justificar un gran interés público en regulaciones como la limitación del comercio los días domingo, pero una visión ligeramente más suspicaz también podría considerarla -no digo que así lo sea- una protección a ciertos grupos de presión o interés.