Diario Financiero

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Señor Director:

Un libro del profesor estadounidense Michael J. Sandel se ha puesto de moda recientemente entre los críticos al sistema económico: "Lo que el dinero no puede comprar".

La tesis del profesor Sandel objeta que estemos avanzando desde una economía de mercado a una sociedad de mercado. En este paso, estamos mercantilizando bienes, valores y comportamientos que el dinero no puede comprar. Desde darle un pequeño incentivo monetario a los niños para que saquen buenas notas en sus estudios hasta las ventas de órganos, o de sangre, son reflejo de una desigualdad económica llevada al plano social, que corrompe lo valioso que puede ser la donación –en el caso de la sangre, por ejemplo- o la virtud de conseguir hábitos de estudio, en el caso del niño que recibe dinero por cada buena nota en el colegio.

De acuerdo con el profesor Sandel, debe haber ciertos bienes que se mantengan fuera de la economía de mercado y su lógica consumista.

No se puede estar más de acuerdo con Sandel. Que nuestro país goce de una próspera economía de mercado no significa que toda relación social pueda ser objeto de cálculo económico. Aunque yo pueda contratar un seguro de vida –como pone de ejemplo el profesor Ludwig von Mises-, sería ridículo pensar que la suma de dinero que la aseguradora pagará si fallezco es el valor de una vida humana.

Si creemos que todo comportamiento humano tiene un costo y beneficio monetario, estamos intentando objetivar el valor que las personas pueden dar a sus actos e intercambios. Nuestros manuales de economía contemporáneos nos enseñan lo ineficiente que significa que algún empresario muy acaudalado –y muy ocupado también- corte el pasto de su casa: su costo de oportunidad es mayor al que tiene un jardinero, nos dicen. ¿Y si ese empresario quiere de verdad cortar el pasto de su casa, es entonces ineficiente? El valor que cada persona le da a sus actos e intercambios es único. No porque un trabajo tenga una baja remuneración significa que no sea valioso para quien lo está realizando; el problema es creer que lo valioso que puede entregar una persona para la sociedad está representado por el monto del sueldo que recibe.

Querer objetivar el valor de todo acto o intercambio social, calculándolo en dinero, es contemplar la vida con ánimo de déspota, como alertaba Mises. Tiene razón Sandel, entonces, cuando alaba al libre mercado como un sistema económico exitoso. El problema, sin embargo, no es que haya bienes que el dinero no puede comprar: en realidad, es que hay bienes que el dinero no basta para valorar.