Revista Ya

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Marisol Peña tiene sensaciones encontradas. A fines de este mes dejará la presidencia del Tribunal Constitucional luego de un año, para dar paso a su sucesor, Carlos Carmona.

-Esta va a ser una de las sucesiones más continuistas, en el buen sentido de la palabra, algo inusual pero muy positivo -dice en referencia a la primera vez que se dividió la presidencia del Tribunal Constitucional entre dos personas, tras los sucesivos empates en la elección de agosto de 2013.

Tiene sensaciones encontradas porque está tranquila tras lograr algunas metas a las que aspiraba, como el contacto más personal con los funcionarios y ministros del tribunal, las sesiones del tribunal en regiones, el impulso que dio a las jornadas de reflexión. Y, por otro lado, siente alivio. Podrá destinar más horas a la academia en la Facultad de Derecho de la Universidad Católica. Ya ha conversado con el rector para que le guarden su oficina. "Hasta que la universidad no me jubile espero seguir haciendo clases".

Fernando Muñoz fue alumno de Marisol Peña y se doctoró en Derecho en la Universidad de Yale. Cuando Marisol Peña asumió la presidencia, escribió un artículo en que criticaba fuertemente algunos fallos de su ex profesora y que fue muy comentado en los círculos jurídicos.

-Después de que yo publiqué la columna nos encontramos en un seminario y fue tremendamente cordial conmigo. Tuvimos una interesante conversación sobre los aspectos en que estamos en desacuerdo. Me gustaría que diese un paso más allá y llegara a la conclusión de que tiene que ejercer sus potestades como jueza en un sentido favorable de la autonomía y la libertad, pero no es así.

En su columna, Fernando Muñoz se preguntaba: "¿Representará su presidencia un avance en cuanto a los intereses objetivos del género femenino y de otros grupos desaventajados?

-Y ahora que la gestión está terminando, ¿cómo lo evalúa?

-Queda al debe -sostiene Fernando Muñoz.

Marisol Peña no lo ve de la misma manera.

-Las mujeres tenemos una sensibilidad especial, pero quiero ser justa con mis colegas, y hoy la posición del tribunal está en general en esa línea. Recibimos un premio especial por los temas de inclusión, y en cuanto al género, mis propios colegas siempre insistieron en que yo asistiera a las reuniones de magistradas, a nivel iberoamericano, para debatir sobre cómo promover el acceso de la mujer a la judicatura, y cómo ayudar para que la mujer latinoamericana esté en mejor posición frente a la justicia, como por ejemplo, en casos de violencia intrafamiliar.

Dice que pese a haber solo dos ministras en el tribunal -ella y María Luisa Brahm- no ha sentido el peso de la mirada masculina. Quizás solo cuando recién ingresó al Tribunal Constitucional, en 2006, designada por la Corte Suprema.

-Me he sentido cobijada por mis colegas. Cuando recién entré al Tribunal sí percibí eso de que cuando uno habla tiene que probar dos veces por qué uno está aquí. Era bastante joven para ser ministra. Ahora, después de ocho años, he sentido más bien respeto y la posibilidad de ejercer un cargo directivo como a mí me gusta, con autoridad, no a través de la imposición del poder.

-María Luisa Brahm se opuso a su elección. ¿Hubiese esperado una relación más fluida con ella?

-Sí, me habría gustado, pero las cosas no tienen que forzarse en la vida. Yo, en absoluto, estoy sentida como lo han mostrado los medios, porque ella no haya votado por mí. No lo hemos conversado, pero cuando asumí la presidencia me propuse a mí misma demostrarle a María Luisa que también podía ser su presidenta. No sé si lo logré, pero me gustaría que ella y los demás ministros sintieran que este ha sido un año provechoso.

Ricardo Salas Venegas, profesor de Derecho Constitucional en la Universidad de Valparaíso, es parte de un movimiento académico que eliminaría el Tribunal Constitucional, pues sus funciones podrían desempeñarlas mejor el Poder Judicial, la Corte Suprema y el Senado. A pesar de ello, cree que "todas las virtudes que Marisol Peña posee como ministra son las que tiene como jurista, y, en este aspecto, ella es brillante, aunque pueda discreparse de algunas de sus decisiones. Las debilidades que la afectan como ministra del TC vienen del rol institucional que supone el ejercicio de tal cargo. Lo resumo así: ella hubiera sido una gran Presidenta de la Corte Suprema".

-A estas alturas de mi carrera, lo que sé es que me hubiese gustado ser juez en cualquier organismo -dice Marisol Peña.

Tenerlo todo

Jueves 14 de agosto, 16 horas. Marisol Peña hace un alto en su agenda y está en su departamento cerca del Instituto Cultural de Las Condes. Sobre la mesa del comedor se esparcen varias fotografías con embajadores, con Jorge Pizarro e Isabel Allende, ambos como presidentes del Senado; con Sebastián Piñera, en La Moneda, en seminarios de Defensa. "Las de la Presidenta Bachelet están el computador", dice. A esta hora, su hijo mayor, Ignacio, está estudiando para su examen de grado de Derecho, y su hija, María de los Ángeles, ya se fue a la universidad. También será abogada.

-Existe un ADN jurídico en su familia.

-Así parece.

Los padres de Marisol Peña también son abogados. Julio Peña fue subdirector de Prisiones durante el gobierno de Alessandri, y su madre, María Eliana Torres, trabajaba en los tribunales de menores.

-Me formé en la escuela de machucarse, caerse y volverse a levantar. Mi padre fue tremendamente intelectual, entonces cuando tenía alguna tarea en la universidad y le pedía ayuda, en lugar de orientarme con la respuesta, me mostraba los libros que debía consultar.

Vivían en Honduras, por el trabajo de su padre para un programa del PNUD, cuando Marisol egresó del colegio, con 15 años, y se trasladó sola a Guatemala a estudiar Derecho en la Universidad Rafael Landívar.

-No estaba en lo absoluto preparada, lo digo con firmeza. Mis clases eran vespertinas y recuerdo haber tomado un bus hacia la universidad que estaba en las afueras y a poco andar sentí terror de volver sola. Empecé también a manejar dinero. Significó darme cuenta de que debía tomar las riendas de mi destino.

Luego de un año regresaron a Chile y ella entró a la Universidad Católica. A los 19 años partió siendo ayudante hasta convertirse en la primera profesora titular mujer de la Facultad de Derecho.

-Llevo 30 años haciendo clases y hay dos cosas que me preocupan hoy: una es la pérdida del sentido de autoridad entre los jóvenes y, por otro lado, la tendencia a querer todo a la mano sin sacrificarse. Me parece que algunos jóvenes corren el riesgo de llegar a adultos sin saber manejar su vida, porque han tenido todo en bandeja.

Para ella, su madre ha sido su referente. Trabajaron juntas en la Contraloría General de la República en 1983 y en la Secretaría General de la Presidencia entre 1987 y 1989, durante el gobierno de Pinochet.

-Es mi mejor amiga, porque no solamente hemos compartido una vida de interés profesional. Ella escogió un campo profesional que le permitiera compatibilizar con la familia. Siempre me dijo: "Ten cuidado porque no se puede tener todo en la vida. Las cosas perfectas no existen".

-¿Usted cree como su madre que las mujeres no pueden tenerlo todo?

-Si algo me impresionó cuando vi la película de Margaret Thatcher fue cómo explota enormemente su vida pública, pero queda tan mal desde el punto de vista familiar. En general, es muy difícil la compatibilización si se desea ser absolutamente exitoso en todo. Cuando se tienen muchas responsabilidades familiares, se hacen clases hasta tarde, hay que viajar, indudablemente se descuida la familia. A mí me habría gustado acompañar más a mis hijos en algunos procesos. También siento que se deterioró mi relación matrimonial a propósito de eso mismo. Mi marido siempre fue muy generoso respecto de mis logros, pero eso significaba menos espacios para compartir. Entonces, cuando los hijos están grandes, si uno quiere seguir adelante, viene una etapa de casi volverse a conocer de nuevo.

Píldora del día después y matrimonio igualitario

Mientras camina por los pasillos de la Casa Central recuerda que cuando sus hijos estaban chicos su sueño era que escogieran la misma carrera suya. Ahora, lo que quiere es entregar su experiencia a las generaciones más jóvenes. Por eso, está escribiendo.

-Me preocupa ver a algunas abogadas jóvenes muy competitivas que trabajan hasta altas horas de la madrugada, que van a la oficina los fines de semana o que postergan la maternidad. Al final eso pasa la cuenta. Lo grafico con lo que me sucedió con mi hija. Nunca acepté viajes al extranjero hasta que tuviera siete u ocho años, pero cuando era pequeña gané una beca del Colegio de Abogados para una estadía en Europa en un curso por solo algunas semanas, y cuando hablé por teléfono con ella, me preguntó cómo era mi cara. No se me olvidó.

Su tesis universitaria, en 1980, el año en que egresó, trató sobre participación política de la mujer. Hoy las tasas siguen siendo más bajas que el promedio latinoamericano, pero Marisol Peña dice que no puede pronunciarse sobre una Ley de Cuotas.

-No quiero responder porque es un debate que puede llegar al Tribunal Constitucional, pero siempre he pensado que no es un tema de mérito, sino que se relaciona con que se den las facilidades a la mujer si es que desea o no abrazar responsabilidades más exigentes. Lo que no puede suceder en mi concepto es que a iguales funciones se paguen remuneraciones diferentes o estando una mujer contratada con sistema de contrato anual, cuando vuelve de su posnatal el jefe no le renueve su contrato por estar en edad fértil. Ese tipo de prácticas me parecen abominables en una sociedad que pretende estar encaminándose hacia el desarrollo.

Ella no pensó dejar de ejercer mientras sus hijos fueron chicos, pero sí tuvo un punto de inflexión profesional. Fue en el año 2000, cuando quiso probar si podría ser abogada litigante en un estudio jurídico privado luego de haber trabajado en el servicio público.

-Fue un año muy tenso, porque como dicen en el campo, no me hallaba. Trabajé con la dedicación de siempre, pero me sentía insatisfecha y superada. Fue un camino pedregoso que me sirvió para reafirmar para qué estaba yo en la vida.

-En los años 80, cuando fue asesora jurídica durante el gobierno de Pinochet, ¿cómo enfrentó las violaciones a los derechos humanos?

-No quiero hablar de una burbuja, como decía Mónica Madariaga, a quien respeté mucho, pero lo que yo hacía no tenía nada que ver con esas materias ni nunca pasó por mis ojos nada que me significara un reproche ético. Por el contrario, en esos tiempos participaba de la mística de muchas personas que trabajaban en el gobierno militar, que sentíamos estábamos sentando las bases de un Chile distinto.

-¿Nunca tuvo conocimiento?

-Nunca. Mi campo de trabajo no tenía que ver con aspectos operativos. Como asesora en la Comandancia en Jefe del Ejército mi trabajo se centraba en la elaboración del libro de Defensa Nacional, la estructuración de la política de Defensa.

-Y cuando ya supo, ¿no le complicó éticamente?

-Creo que no hay persona que no pueda sentirse complicada. Nadie puede permanecer impasible, pero en ese sentido soy juez, y confío ciegamente en la acción de la justicia. Creo que mientras no operen los plazos de prescripción y se puedan perseguir las acciones, todo lo que tenga que ver con responsabilidades tiene que estar entregado a la justicia.

Trabajó en La Moneda hasta el 10 de marzo de 1990 y luego siguió como asesora del Ejército.

-El desafío era construir una relación civil militar consistente para el desarrollo de Chile, y creí que como abogada podía ayudar en ese proceso. Mi caso fue especial porque recibí una invitación de don Edgardo Boeninger a seguir trabajando desde el gobierno del Presidente Aylwin en la Secretaría, pero ya estaba comprometida con el Ejército.

Dice que nunca pensó seriamente dedicarse a la política contingente, aunque se lo pedían en juntas de vecinos cuando la invitaban a exponer sobre la Constitución.

-Nunca lo pensé porque para mí ser profesora de Derecho Constitucional exige objetividad, y desde el momento que hubiese entrado a la política contingente, mis alumnos hubiesen sabido de una adscripción determinada, lo que me habría complicado para enseñar la disciplina. Y la segunda razón es familiar: siempre he procurado mantener a mi familia al margen de mis responsabilidades, y cuando se desempeñan cargos políticos, veo que los hijos y el marido son expuestos.

Aun así, la criticaron cuando ella realizó declaraciones que se consideraron políticas. Dijo que le parece grave y delicado someter al país a una revisión íntegra de su pacto constitutivo porque puede generar tensión política.

Marisol Peña no se arrepiente de esas declaraciones.

-Yo no opino políticamente. Sin embargo, creo que tengo el mismo derecho de cualquier ciudadano de expresar mi punto de vista desde mi expertise. La experiencia y el estudio me han enseñado que una sociedad tiene que ser suficientemente generosa y abierta para no despreciar su tradición y experiencia histórica. Yo soy una convencida de que en esta Constitución hay mucha tradición y experiencia histórica plasmada. Por eso dije que me parecía grave someter a revisión pactos constitutivos, de manera que aspectos que han pasado a formar parte del ADN constitucional chileno pudieran ser omitidos. Sería como refundar una sociedad totalmente nueva. Las sociedades van mutando, y en ese cambio van llevando una especie de mochila con lo que han sido en el pasado. Eso no se puede borrar, ni siquiera en el pacto constitutivo.

-¿Entonces no le parece prudente el debate por una nueva Constitución?

-Al revés, me parece muy importante el debate de una nueva Constitución. Lo que sostengo es que me parecería grave que, por las razones que se esgriman, dejemos la anterior Constitución de lado y vamos a una Constitución totalmente nueva. A mi juicio, la postura adecuada sería rescatar lo bueno que tiene esta Constitución. ¿Vamos, por ejemplo, a cambiar el diseño de un estado unitario para convertirnos en un estado federal? A esto me refiero. A un cambio íntegro que borre de un plumazo aquello que ha pasado a ser parte de nuestro ser histórico.

-¿Cree que fue mal interpretada entonces?

-Creo que siempre, y especialmente en las redes sociales, la gente le gusta poner lo que su público quiere escuchar, lo que no necesariamente corresponde a lo que dijo quien dio la opinión. Mis alumnos, mis colegas en la universidad, en el Tribunal Constitucional, saben cómo pienso. Yo no soy una persona rupturista, pero tampoco soy una persona que se niegue al cambio. Es más, soy partidaria de una constitución viviente, que se vaya ajustando a las nuevas circunstancias. Tan partidaria soy que creo que esa decisión no es de responsabilidad fundamental del juez, sino de los poderes democráticamente electos.

-¿Y se considera una persona conservadora como también se dice de usted?

-Se ríe-. Para nada. Es que eso lo dicen por algunas decisiones jurisdiccionales. Me considero más bien orteguiana, seguidora de Ortega y Gasset, soy yo y mis circunstancias. Como todo ser humano tengo un plexo de valores y circunstancias que me han condicionado y son producto de mi vida. Ser juez me ha enseñado que existen muchas realidades diversas y que se falla para toda la sociedad, no solamente para los que piensan como uno.

Varias de las sentencias en que participó Marisol Peña han sido polémicas. Como la del 18 de abril de 2008, que declaró inconstitucional la distribución de la píldora del día después en el sistema de salud pública. O la del 4 de enero de 2011, que rechazó un requerimiento de inconstitucionalidad contra el precepto que criminaliza la conducta homosexual de los menores entre 14 y 18 años. O la que examinó el artículo 102 del Código Civil sobre la definición del matrimonio.

-¿Ha cambiado su postura acerca de la píldora del día después?

-Mi opinión es la que está reflejada en la sentencia del Tribunal Constitucional, es decir, que mientras la ciencia médica no tenga claridad acerca de un efecto que puede eventualmente ser abortivo, eso complica la vida del que está por nacer, que es un valor constitucional protegido en la carta fundamental que yo juré defender.

-¿Y cuál es su opinión sobre el matrimonio igualitario?

-Mi opinión es que la familia está fundada sobre la base del matrimonio entre el hombre y la mujer, pero eso no puede llevar a desconocer que existen otras formas de afectividad que también tienen derecho a un reconocimiento por parte del orden jurídico. Eso fue lo que yo expresé en la sentencia y no ha cambiado mi forma de pensar.

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