El Mercurio

El fallecimiento de Nelson Mandela, uno de los gigantes del siglo XX, nos ha conmovido a todos. Miles de páginas y testimonios se han escrito por todos los medios de comunicación. De ellos es posible desprender que el carácter distintivo del legado de Mandela es su lección acerca de la importancia superior de la reconciliación entre los seres humanos, y la capacidad de que esta dota a pueblos y naciones para construir su futuro sin que su pasado, que no debe olvidarse, se convierta en un obstáculo para la convivencia y la estabilidad social. Mandela demostró que ello era posible y, lo que vuelve aún más monumental la tarea y su logro, lo hizo en un país con una historia de gravísima división, violencia, exclusión, odio, injusticia, crímenes y violación por décadas de los derechos humanos.

En Chile se ha debatido largamente acerca de la reconciliación. Un reciente libro, "Las Voces de la Reconciliación", nos entrega importantes aportes buscando identificar los avances y las deudas de ese proceso entre nosotros. En ese contexto, como establece José Zalaquett, "la comisión de verdad chilena fue la primera en incluir la palabra 'reconciliación' en su título. El concepto volvió a repetirse en la Comisión Nacional de Reparación y Reconciliación (1992-1996), sucesora de la Comisión Rettig. Puede afirmarse que desde el retorno a la democracia la reconciliación apareció como uno de los más preciados objetivos a que aspirábamos como sociedad".

Sin embargo, los avances que hemos logrado en esta materia parecen ser mejor valorados fuera de Chile que entre nosotros mismos. Nuestro país muestra logros importantes, aunque necesarios de completar y perfeccionar, en materias de verdad, justicia, reparación, explicitación y respeto de los derechos fundamentales, perfeccionamiento de las leyes que mantenían enclaves autoritarios, profundización de la democracia y otras materias propias de los procesos de transición. Pero los logros en materia de reconciliación no son tan claros. Ernesto Ottone afirma, con razón, que "la reconciliación constituye la parte más lenta y pedregosa de la reconstrucción democrática y hay que aceptar su necesaria lentitud, aquella que es propia de los fenómenos subjetivos y culturales". En tanto, el ex Presidente Frei Ruiz-Tagle enfatiza que, a su juicio, la reconciliación es "un objetivo que sigue pendiente".

No son pocas las razones que explican la asimetría entre los avances de la reconciliación y otras variables de la reconstrucción democrática en Chile. Una de ellas se origina en el reclamo de quienes plantean que la reconciliación solo se logrará una vez que hayan sido absolutamente satisfechas ciertas precondiciones de verdad, justicia y reparación integral del daño causado. Se trata, sin duda, de un reclamo con fundamento, pero que no considera la posibilidad de la reconciliación como un compromiso colectivo ni como una condición para que esos, sus propios objetivos, sean alcanzados.

También hay quienes descreen totalmente de la posibilidad de reconciliación y llegan a considerarla exclusivamente como una coartada para la impunidad. Quienes así reflexionan corren el riesgo de llegar a concebir a la justicia como un acto unilateral y quizá hasta propio, como algo que les pertenece únicamente a ellos y debe aplicarse solo en contra de sus adversarios. Dejan de ver a la justicia como el proceso colectivo y social que la caracteriza en una sociedad democrática y que exige justamente la concurrencia de todos; olvidan, en suma, que en democracia la justicia se construye entre todos, y es de todos y para todos por igual.

Es en torno de estas materias que el ejemplo y el testimonio de vida de Mandela pueden ayudarnos. Mandela, con su genio, generosidad, liderazgo, ejemplo personal y aplicación de las mejores virtudes de la política, nos mostró que incluso pueblos que han sufrido los peores horrores pueden superar sus divisiones y reconstruir su amistad cívica. Que reconciliación no solo es un camino al reencuentro social, sino también al logro de los objetivos de libertad y justicia buscados por los humillados y oprimidos de ayer.

Mandela persiguió la verdad y la justicia, pero las alejó de la venganza, dejando atrás, como el mismo afirmó desde que salió de la cárcel, "la ira, el odio y el resentimiento". Su frase "quien aprendió a odiar debe ser capaz de aprender a amar" se inscribe en un ejemplo de humanidad.