El Mercurio

Cristobal Orrego 2013

Señor Director:

Más de un estudiante me sorprendió, el pasado 11 de septiembre, con una tristeza no habitual en mí, y se atrevió a decírmelo. Era verdad. Comparto la explicación.

Supe de algunos estudiantes que han dejado de hablarse, de saludarse, por sus visiones encontradas sobre el 11 de septiembre de 1973. Recordé entonces, a estos censores de mi justa pena, que, entre los compañeros de curso de 1984 en la UC, aun cuando sostuvimos apasionadas discusiones sobre la situación política de la época, mucho más tensa y violenta que la actual, nunca dejamos de saludarnos, de estudiar o jugar juntos, de reír y de tomarnos el pelo.

Muchas veces me encontré en el almuerzo con quien había estado, en esos días de protestas (a las que yo, sobra decirlo, no adhería), corriendo frente a huanacos y hasta lanzando piedras. Quiero poner a todos los compañeros de entonces como testigos de que la espiral del odio y de la rabia puede detenerse: se detuvo hace muchos años, entre muchos de nosotros.

Los que teníamos ocho años para el 11 pudimos. Algunos que tenían 18 o 21 (lean las columnas de Roberto Ampuero y Eugenio Tironi) también pudieron. ¡Estudiantes de hoy, amigos míos jóvenes que no habían nacido, ustedes también pueden cortar ese lastre, sin renunciar a sus legítimas convicciones éticas y políticas!