La Tercera
En una columna anterior sostuve que Chile enfrenta un problema constitucional. Quisiera hoy profundizar en las causas de este fenómeno.
Una primera causa de nuestra dificultad deriva del hecho de que no hemos sido capaces de reformar aquellos aspectos del orden institucional que obstaculizan la plena expresión de la democracia. A estas alturas, ya no es posible seguir negando el efecto corrosivo que tiene el sistema electoral binominal sobre la participación y la competencia.
Una segunda dimensión del problema es de carácter mundial y tiene que ver con las dificultades que están teniendo, en los cinco continentes, las instituciones clásicas de la democracia representativa de cara a las expectativas y necesidades actuales de las distintas comunidades.
Una tercera explicación de la agudización de nuestro problema constitucional descansa en el hecho de que, probablemente, estamos asistiendo como país a uno de aquellos momentos en que una nueva generación hace su ingreso en la vida pública por la vía de cuestionar e interpelar a sus padres y abuelos. Esto ha ocurrido antes, y con cierta regularidad. Pasó en 1850, cuando los Lastarria y los Bilbao desafiaron a Montt. Ocurrió también en 1930, cuando los Leighton y los Garretón desafiaron a Walker. O cuando en 1968 los Insulza, los Solar, los Ambrosio desafiaron a Frei.
Abocado al diálogo con los más jóvenes, me parece fundamental tener la fuerza moral e intelectual de defender aquello en lo que se cree.
En lo personal, y frente a los tremendistas, a mí me parece importante reconocer el carácter democrático de nuestro sistema de gobierno. Estando conscientes de las muchas e importantes deficiencias existentes, me asiste la convicción de estar viviendo en un país que satisface los requerimientos básicos de un estado de derecho democrático: ejercicio de la crítica política sin represalias, libertad para organizar asociaciones, libertad de reunión, institucionalidad electoral seria y confiable, alternancia pacífica del poder, funcionamiento independiente de los tribunales, acatamiento de los fallos respectivos, sujeción de las Fuerzas Armadas a las autoridades civiles, etc.
Puedo entender que para los más jóvenes las circunstancias recién anotadas se den por supuestas y no merezcan valoración especial. Ese es, paradójicamente, uno de los mejores legados que les hemos dejado a nuestros hijos: que ellos consideren como totalmente normal, y hasta pedestre, el poder gozar de derechos por los que cientos de millones en otras latitudes deben seguir luchando.
En suma, y recapitulando, si bien no comparto los diagnósticos catastrofistas, me parece que si no se cambia radicalmente la lógica del actual ordenamiento constitucional, permitiendo más participación ciudadana y el gobierno efectivo de las mayorías, nuestro país se expone a que, en el mediano plazo, la desconfianza y la crisis de representación den paso al caudillismo populista y/o a la irrupción de los extremismos.