Juan Emilio Cheyre

La Tercera

La expropiación decretada por el gobierno argentino a Repsol y la nacionalización en Bolivia de la empresa Transportadora de Electricidad, propiedad de una filial de la española Red Eléctrica, lleva a los titulares a gobiernos cuyas decisiones y actuar se inscriben en modelos populistas.

En Chile, también logran gran cobertura mediática. Una reciente encuesta de Conecta publicada por este diario muestra que el mandatario más citado en el país es Chávez, con 49 menciones, seguido por Cristina Fernández, con 47. Estos presidentes con la mayor difusión corresponden al paradigma más vistoso en la forma, dudoso en muchos de sus contenidos e incierto en los beneficios para sus pueblos.

A diferencia de estos casos, me parece que se ha transformado en constante que aquellos gobiernos exitosos, que respetan cabalmente los principios democráticos, cumplen las normas del derecho en lo interno e internacional y respetan las libertades, ocupan escasa tribuna. Este tipo de administraciones hace muy poco por irradiar su actuar y dar visibilidad a su desempeño.

Es el caso de Uruguay, un pequeño país con un gobierno de izquierda con excelentes logros. También el del Perú, donde el Presidente Humala ha logrado éxitos y apoyo popular. Brasil, pese a ser la sexta potencia del mundo y a que la Presidenta Rousseff tiene un 70% de apoyo, no logra posicionarse en los medios como referente a nivel regional. Pocos siguen la evolución de Colombia, que va derrotando el narcoterrorismo al mismo tiempo que obteniendo tremendos avances en lo político, social y económico.

A su vez, Chile demuestra una escasa vocación en lo interno para asumir las transformaciones que deben hacerse, y al mismo tiempo valorar el tremendo camino recorrido. Por otra parte, en lo externo nuestros gobiernos históricamente se han sustraído de irradiar los resultados de su coherente actuación.

Es lamentable que en el año en que nuestro país se apronta a procesos eleccionarios, municipales, pero con tinte presidencial, sean los referentes populistas de llamativo envoltorio pero de incierto contenido los que dominen la agenda.

Así se va produciendo carencia en los debates de principios de todos los modelos. Aquellos proyectos que han sido exitosos y exhiben logros en la región no se encuentran en el radar de la mayoría de nuestros compatriotas y menos en la pantalla de los nuevos electores. Una democracia debe respetar todas las ideas y lógicamente los conceptos populistas u otros constituyen opciones. Sin embargo, para elegir se debe tener acceso a las diferentes alternativas para que sean las mayorías quienes decidan con responsabilidad.

De allí que debería aspirarse a un debate de las opciones y a la identificación de los efectos que conlleva cada proyecto. En ese sentido, la penetración sin contrapeso del modelo populista debería llevar a quienes sustentan otras fórmulas a enfrentarlo con principios y propuestas claras. No es lo que se está observando en el panorama nacional. Postergar la generación de espacios de discusión debilitará nuestra democracia e institucionalidad. Quedarnos sólo con los rostros de los candidatos y desconocer sus idearios no es la mejor estrategia para elegir a nuestros líderes.