Diario Financiero
La crisis de Coyhaique y las dificultades del gobierno para resolverla no fueron el mejor comienzo para un período donde es necesario concentrarse en generar consensos que consoliden el camino para ser un país desarrollado. 2012 será un año electoral y como tal la lucha entre las coaliciones políticas y también al interior de ellas se tornará dura. El recuerdo de las movilizaciones de 2011 aún permanece fresco, fueron la expresión de una opinión pública que buscó nuevos espacios de participación, pero dejó secuelas de violencia y demostración de carencia de propuestas de parte de los demandantes.
En un contexto democrático la lucha electoral como también la expresión de una ciudadanía que plantea sus necesidades es legítima y a nadie debería poner nervioso. Constituyen señales que en el país existen libertades y que la sociedad es capaz de plantear sus ideas. De allí que es bueno alejar el temor que vivimos una situación de desestabilización, debilidad de las instituciones o fracaso del alabado proceso chileno.
Pienso que es el momento para hacer confluir dos ideas centrales y la definición de acciones que las lleven a la práctica. La primera es la necesidad de enfrentar situaciones pendientes tales como la calidad de la educación, la urgencia de llegar a una solución a inequidades que persisten y aquellas que se refieren al mejoramiento de la representatividad en la institucionalidad vigente. La segunda, en paralelo con la anterior, es el imperativo de generar un acuerdo que asegure logros tales como los equilibrios macro económicos, el dinamismo del sector privado, la competitividad, el modelo exportador, la certeza jurídica y el respeto al orden todos, elementos centrales del éxito que el país exhibe.
Visualizar ambas ideas como antagónicas o pretender disociar una de otra, a mi juicio, constituye un peligro real. Adecuar, reformular, perfeccionar es perfectamente factible de hacer junto con cautelar aquello que debe mantenerse.
Desde esa perspectiva resulta diferente transformar o peor aún demoler lo vigente a cambiar aquello que requiera modificaciones. Las instituciones y los países que han vivido procesos exitosos son aquellos que han logrado enfrentar la necesidad de perfeccionamiento profundo a los sistemas vigentes manteniendo todo aquello que constituye parte de la esencia de los mismos.
De allí que la fórmula virtuosa es armonizar continuidad y cambio. Hacerlo exige visualizar aquello que ayude al logro del bien común aunque se aleje de los intereses propios.
Chile tiene mucho para estar optimista. En los dos últimos años el país ha crecido en una cifra superior al 6%; el mundo sigue confiando en el país serio y estable que trabajadores y empresarios han construido; la inversión extranjera directa llegó a US$ 17.536 millones y se han creado 720 mil nuevos empleos desde marzo de 2011 a la fecha. Resulta útil no perder de vista estas cifras. El fatalismo lleva más a la frustración que al cambio. A su vez el exitismo y el inmovilismo paralizante, fruto de miradas triunfalistas, resultan igualmente nocivos.
Construir futuro exige considerar los signos de los tiempos apuntando la nave para aprovechar los vientos favorables, capeando los temporales y las tormentas que siempre llegan. Es una tarea que brinda a la política y a los políticos el mejor escenario para reconquistar confianzas de una sociedad que espera más de esa noble actividad.