Diario La Tercera
PESE A que ha transcurrido un poco más de una semana desde que se anunció su renuncia al gabinete, he querido aprovechar mi columna de hoy para decir algunas palabras sobre el ex ministro de Energía Rodrigo Alvarez.
Lo conozco bien. Fuimos compañeros de curso en la Facultad de Derecho. No sólo eso, durante el primer año desarrollamos una relación de cercanía y afecto. Compartíamos, además, un par de pasiones importantes: El estudio en serio y la afición por el equipo de fútbol Unión Española.
Con el tiempo, sin embargo, ese germen de amistad se fue enfriando. En retrospectiva, tengo que reconocer, con algo de pena y no poca vergüenza, que ese fenómeno se explica, en buena medida, por nuestra incapacidad de manejar las diferencias políticas y la polarización ambiente de la segunda mitad de los años 80.
Ahora bien, y hasta en los momentos de máximo distanciamiento, como el día en que, tras áspera campaña, me ganó la elección al centro de alumnos, siempre me daba cuenta que ese rival político era, y es, un gran talento intelectual, y mucho más importante todavía, un hombre de bien.
Las cualidades anotadas le han permitido a Rodrigo Alvarez destacar en la academia y en la política. Su servicio al país alcanzó un punto alto cuando le tocó desempeñarse como presidente de la Cámara de Diputados en un momento particularmente complicado para dicha institución. Muchos de los cambios positivos que se han aplicado en los últimos dos años tienen el sello del ahora ex ministro de Energía.
Durante la última semana mucha gente ha opinado para apoyar o criticar la forma en que Rodrigo Alvarez definió su salida del gobierno. Muchos han puesto el acento en aspectos secundarios: "Lo pasaron a llevar", "que debió haber esperado el regreso del Presidente", etc.
Cuando uno lee la carta en la que el propio Alvarez explica su decisión, se da cuenta de que los que leen la renuncia en clave de juegos de salón o de vanidades heridas no han entendido nada. Lo que hay en la renuncia del ex titular de Energía es un profundo y enérgico gesto de responsabilidad republicana. De esos que actualmente se ven tan poco.
Luego de semanas de errores, el gobierno probablemente no tenía otra opción sensata que no fuera rendirse ante el movimiento de Aysén.
Insultando la inteligencia del país, alguna gente del Ejecutivo ha tratado de presentar esta capitulación -que incluyó el súbito abandono de la "doctrina Piñera", según la cual nunca se negocia con bloqueos- como un gran éxito. Estarán pensando en conservar la pega, supongo, o en no seguir bajando en las encuestas, quizás.
Rodrigo Alvarez juega en otra liga, pues lo suyo no es aferrarse a un cargo. Por eso asume su responsabilidad y lo dice con todas sus letras: "Mi renuncia no es un tema personal, si bien implica mucho dolor individual, sino una decisión de coherencia y dignidad política. Soy el rostro visible de una línea de acción que acordamos como gobierno, que ante la opinión pública fracasó. Es preferible, es digno y responsable presentar mi renuncia".