Cristóbal Orrego Sánchez, profesor departamento Fundamentos del Derecho UC.

En 1988 conocí a don Fernando Moreno como nuestro Profesor de Filosofía del Derecho. Su fama lo precedía, pero nunca imaginé que llegaría a admirarlo tanto. Fui su alumno, no uno de sus cercanos discípulos y amigos, de quienes tuvo tantos. Con ocasión de su fallecimiento, han dado testimonios más cercanos sus discípulos, como el profesor Eugenio Yáñez, y otros colegas amigos suyos, más cualificados que yo, como el profesor Alejandro Serani.

Sin embargo, como actual profesor en Derecho UC, que he seguido sus pasos, me complace compartir un recuerdo de su persona.

Los que ingresamos a Derecho UC en 1984 conocimos de primera mano las controversias sobre el marxismo en la Universidad, en la Iglesia y en Hispanoamérica, porque precisamente ese año se publicó la primera de las Instrucciones de la Santa Sede sobre la teología de la liberación, donde se condenaron sus versiones marxistas (las más conocidas y extendidas). Fernando Moreno fue uno de los chilenos que más contribuyeron a refutar esa herejía y a hacerle eco al magisterio pontificio. Juan Pablo II visitó Chile en 1987 y quedó todavía más clara, si cabe, la fractura interna de la Iglesia católica. En ese contexto, don Fernando era un conocido defensor de la fe contra quienes querían dividir a la Iglesia en una “Iglesia de los ricos” y una “Iglesia de los pobres”, y reducir su mensaje a un activismo político, a veces violento. Don Fernando nos enseñó los elementos de la filosofía política clásica y cristiana, la doctrina social de la Iglesia y una crítica actualizada del marxismo.

Sus clases eran amenas, especialmente para quienes ya nos íbamos especializando en esa área de la docencia. Eran también rigurosas, muy respetuosas con las personas y con el pensamiento que él debía criticar. Siempre decía que, para refutar una idea, había que presentarla, como hacía santo Tomás, en su versión más fuerte.

Algunas veces contó anécdotas de sus visitas a Roma, por su cercanía al entonces Cardenal Ratzinger y al mismo Juan Pablo II. Con una de esas anécdotas remarcaba la importancia del tomismo. Como se sabe, Karol Wojtyla incorporó elementos de la fenomenología a su propio pensamiento filosófico, yendo más allá del tomismo tradicional. Se entiende así que, en cierta ocasión, un intelectual le dijera al Papa: “Usted, que no es tomista…”; a lo cual Juan Pablo II replicó de inmediato: “Pero ¿cómo podría una Papa no ser tomista?”. Y Fernando Moreno lo decía con esa sonrisa levemente socarrona que tenía.

Don Fernando nunca se metió en la política contingente en su trato con nosotros como estudiantes. Su única preocupación era defender la verdad desde la perspectiva de la fe y de la razón. Eso lo llevó a exponer especialmente la doctrina católica y el pensamiento de santo Tomás, pero también a refutar los errores de la época, especialmente el marxismo y el liberalismo, en sus libros, en sus conferencias y en la prensa.  

Pasados algunos años, coincidí con él muchos días, en silencio. Sucede que me fui a vivir muy cerca de la Universidad Gabriela Mistral y muchas veces fui a la Santa Misa diaria en su capilla, donde invariablemente me encontraba con don Fernando. Se renovaba mi admiración.

Lo echaré de menos, hasta que, por la misericordia de Dios, nos encontremos en el Cielo.