Por: Carlos Frontaura, Decano Facultad de Derecho Pontificia Universidad Católica de Chile.*

Don William Thayer Arteaga, querido profesor y verdadero maestro, nació un 12 de octubre de 1918 y falleció el 28 de mayo de 2018, dejando a quienes lo conocimos y a nuestra Facultad de Derecho de luto.

Don Willy fue un hombre extraordinario, no solo por todas las cosas que hizo durante su larga vida, sino, sobre todo, por el testimonio cristiano que dio siempre junto a su recordada señora y mujer excepcional, doña Alicia Morel. Su matrimonio y la familia que formaron son, para todos quienes quedamos en esta tierra, un ejemplo de apego a la esencia del evangelio, la que el papa Francisco recientemente ―recordando la enseñanza de Santo Tomás de Aquino― describe del siguiente modo: “Quien de verdad quiera dar gloria a Dios con su vida, quien realmente anhele santificarse para que su existencia glorifique al Santo, está llamado a obsesionarse, desgastarse y cansarse intentando vivir las obras de misericordia.”[1] Y esto es lo que, de distintas formas, llevó adelante este matrimonio y el mismo don William; con ello fue plenamente fiel a aquel otro mensaje que su santo director espiritual, Alberto Hurtado, subrayaba constantemente: que la Voluntad de Dios es estrujar nuestra existencia para servir[2]. Y vaya que don William, en todo el sentido de la palabra, exprimió y agotó su vida con este objetivo.

Sin duda, William Thayer ha sido uno de los egresados más destacados de nuestra Facultad, ya que fue uno de los laboralistas más reconocidos de las últimas seis décadas. Fue Presidente del Centro de Alumnos durante sus años como estudiante ―cargo al que debió renunciar por la muerte de su padre― y más tarde, también insigne profesor de Derecho del Trabajo. Su vocación y compromiso cristiano se expresó también en aquellos tiempos juveniles, habiendo ocupado diversos cargos de dirigente en la Asociación Nacional de Estudiantes Católicos. A través de los años, él se convirtió en una de las mejores muestras de lo que un abogado, con gran capacidad y espíritu de servicio, puede hacer por el bien de Chile.

Y es que pocas personas, como Don William, han ocupado algunas de las responsabilidades más importantes de tipo político y académico. Por nombrar algunas: ministro en las carteras de Trabajo y Justicia durante el Gobierno del Presidente Eduardo Frei Montalva; rector de la Universidad Austral en Valdivia; integrante del Consejo Ejecutivo de la Unesco; consejero de Estado durante el Régimen Militar; senador institucional entre 1990 y 1998, y un largo etcétera que sería imposible enumerar. En todas estas responsabilidades, don Willy, entrelazó su propia biografía con los destinos del país.

Sin embargo, más allá de las responsabilidades políticas y académicas, es necesario destacar el espíritu con que él las afrontó. Siguiendo los pasos de San Alberto Hurtado, don William creyó en el derecho como un instrumento para servir desde la antropología cristiana. No en vano, en su labor como Profesor de Derecho del Trabajo y formador de generaciones de estudiantes, promovió la existencia de relaciones laborales impregnadas por la necesidad de justicia de los más débiles y por el ejercicio de una libertad responsable. Ello quedó claramente reflejado durante sus años como Ministro del Trabajo y, más tarde, en sus intervenciones para mejorar la legislación laboral. Su mismo ejercicio profesional lo orientó ─con otro recordado profesor de nuestra Facultad ya fallecido, don Ramón Luco─ a servir a los trabajadores y sindicatos, guiado siempre por criterios de justicia y libertad y, sobre todo, movido por la caridad cristiana.

Su generosidad y valentía para seguir su conciencia son también atributos dignos de destacar. Cada vez que le fue solicitado, estuvo dispuesto a servir a Chile, ya fuere en circunstancias difíciles o en tiempos de convulsión política, incluso cuando le significó alejarse de la comodidad de su vida en Santiago para servir en otras regiones; y aunque todo esto implicara la incomprensión de algunos de sus viejos amigos. Así, guiado siempre por el servicio, vivió conforme a una conciencia rectamente formada que le exigía ponerse a disposición de los justo, bueno y necesario; y esto, en tiempos como los actuales, es un legado y un testimonio fundamental que deben conocer las nuevas generaciones.

Por último, es importante destacar su enorme voluntad de diálogo con distintos sectores. En épocas complejas, en que era fácil caer en ideologías y sectarismos, don Willy fue capaz de conversar e inclusive trabajar codo a codo con todos, sin acepción de personas ─como pediría San Pablo─. Sin renunciar a sus propias convicciones, jamás dejó de pensar en lo valioso de las experiencias y opiniones distintas a las suyas.

En definitiva, la vida de don William es una muestra de un tipo ideal de abogado con el que cuesta encontrase todos los días. Y, por ello, debemos dar gracias a Dios por la oportunidad de haberlo conocido y haberlo tenido como uno de los maestros de nuestra Facultad de Derecho.

En fin, mucho más allá de una larga lista de reconocimientos y dignidades meramente humanos, lo valioso en esta hora es recordar aquello que no perece, que permanece para siempre: al hombre de espíritu generoso y vida sencilla[3] que, haciendo honor a su vocación, persiguió la justicia, amó profundamente a Dios y a su Iglesia, a los trabajadores y a su patria; que dio, literalmente, la vida por estos amores, buscando siempre el Reino y su Justicia (Mt. 6:33), sin preocupación por lo demás. A aquellas personas, el Señor las llama pobres de espíritu, porque su confianza está puesta solo en Dios ―no en el dinero, el poder o cualquier otro aparente señorío―; y, a esas personas, Jesús les promete nada menos que el reino de los cielos (Mt.5:3).

 

*Texto preparado en base al discurso de despedida y homenaje pronunciado por el Decano en los funerales de don William Thayer el 29 de mayo de 2018.

[1] S.S. Francisco (2018): Exhortación Apostólica Gaudete et Exsultate N° 107.

[2] Hurtado, Alberto, S.J. (2011): “Siempre en contacto con Dios”, en: La búsqueda de Dios (Santiago, Ediciones Universidad Católica de Chile, tercera edición), p. 20.

[3] “Entrevista de Miguel Laborde: Tras la huella del Padre Hurtado”, Revista Universitaria, N° 133, pp. 37-41.