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Restan sólo tres meses para que la ciudadanía salga a votar -de manera obligatoria- por una de las dos opciones en el Plebiscito de salida: Apruebo o Rechazo a la nueva Constitución. En ese contexto es que el Gobierno ya inició la campaña informativa con miras al 4 de septiembre, que no estuvo exenta de polémicas.

Esto, porque desde la oposición han señalado que se trata de un «intervencionismo a favor del Apruebo», debido a que en los 58 segundos de la pieza audiovisual, donde el día de votación se califica como «histórico», y donde también se marca un contraste entre la forma en que se escribieron algunas de las constituciones de Chile y la del actual proceso constituyente.

Así, el video describe que «la constitución de 1822 fue escrita por cinco personas; la de 1833, se designaron a siete; el 1925, el Presidente Alessandri nombró a 122 personas; la de 1980, que nos rige hasta hoy, fue escrita por 9 personas, designadas por una Junta Militar; y el proyecto de 2022, fue escrito por 154 personas, y por primera vez, en democracia más de 15 millones podrán decidir si votan Apruebo o Rechazo».

En ese contexto, y tras sostener que la campaña del Gobierno es «un deber que no puede eludir», el convencional y ex vicepresidente del órgano, Jaime Bassa, ahondó en el contraste al que apunta el recuento histórico presentado por el Ejecutivo y agregó que se trata de textos «fracasados».

LAS TRES GRANDES CONSTITUCIONES

«Las tres grandes constituciones que ha tenido el país no solamente han surgido de contextos no democráticos, sino que además pueden ser considerados como fracasados», afirmó el convencional Radio Pauta.

Las «tres grandes» constituciones Javier Couso, profesor titular del Departamento de Derecho Público de la Universidad Diego Portales (UDP), detalla las características de las tres grandes constituciones a las que apunta el convencional. La Constitución de 1833 duró casi cien años, «y surge como resultado de una guerra civil entre pipiolos y pelucones, es decir, entre conservadores y liberales, y técnicamente es una reforma a la constitución de 1828″, detalla.

En el caso de la 1925, recalca el académico, «estuvo antecedida por un golpe de Estado, pero no fueron los golpistas los que la hicieron. Fue Arturo Alessandri quien llamó a un consejo asesor que incluyó a miembros del recién inaugurado Partido Comunista hasta los conservadores».

En ese sentido, Couco afirma que «es cierto que quizás fue medianamente un consejo asesor, pero no es el mismo contexto que la de 1833, donde allí el bando que ganó la guerra civil impuso el texto».

La otra «tercera gran constitución» es la de 1980, emanada de la Junta Militar y que rige hasta nuestros días. En ese sentido, el académico afirma que «no es razonable poner en la misma categoría a la constitución del ’33 y a la del ’80 con la del ’25».

En la misma línea, Alejandro San Francisco, historiador y académico de la facultad de derecho de la UC, plantea que «las tres constituciones permitieron largos periodos de estabilidad y continuidad institucional en Chile, muy superior a los de otros países del mundo: entre 1831 y 1891, entre 1891 y 1924, entre 1932 y 1973 y entre 1990 y 2019 (incluyendo la reforma de 2005)».

¿PUEDE «FRACASAR» UNA CONSTITUCIÓN?

Para Couso, la única opción de apuntar a un «fracaso» en una Constitución es la legitimidad. Por eso, discrepa con Bassa al incluir a la Constitución del ’33 y a la del ’25 dentro de esta categoría, pues «si bien esta última terminó con un golpe de Estado, fue una Constitución legitimada, al punto que tanto el que dio el golpe como el que se opone, la termina por invocar».

Sin embargo, coincide en que, desde el punto de vista de la legitimidad, la de 1980 puede aproximarse a esta interpretación. «Hoy es un hecho público y notorio, y entiendo que desde la misma UDI se comparte la idea que esta constitución, para todos los efectos, no es viable. Si tuviera que poner una etiqueta de fracaso, desde el punto de vista republicano, es la del ’80», afirma.

Por su parte, Máximo Pavez, profesor de la facultad de Derecho de la UC, cree que la «legitimidad» es un tema más bien retórico. «La Constitución no es el himno o la bandera. Lo importante es que la constitución no sea un problema, porque el el fondo, es un texto jurídico, y lo que busca es que las personas puedan vivir en un país donde existan ciertas garantías de estado de derecho, independiente si las personas conocen el texto o no», afirmó.

«Lo que hoy se exige de una Constitución en el siglo XXI, en una época de desarrollo tecnológico distinto, no te puede llevar a juzgar que la Constitución del ’33 no cumplió su cometido por compararlas en términos absolutos. Los textos no se pueden mirar a lo largo de la historia republicana con el mismo ojo». Máximo Pavez, académico UC

Así, el también ex subsecretario de la Segprés, recalca que «cada constitución es hija de su época». Por ejemplo, «lo que hoy se exige de una Constitución en el siglo XXI, en una época de desarrollo tecnológico distinto, no te puede llevar a juzgar que la Constitución del ’33 no cumplió su cometido por compararlas en términos absolutos. Los textos no se pueden mirar a lo largo de la historia republicana con el mismo ojo».

Por otro lado, recalca que una Constitución debe analizarse en base a si cumplió o no con su objetivo, esto es, «entender que este texto debe dotar a una comunidad política, país o república, de un texto jurídico que permita limitar el poder, el ejercicio de ciertos derechos y asegurar una institucionalidad que permita al país desenvolverse«.

Por último, apunta a que las constituciones tienen un tiempo razonable de duración para que sean efectivas, es decir, «tienen que tener vigencia en un ciclo político largo; tal como ocurrió con las previas a la del ’80 que tuvieron casi 70 años de vigencia, y la actual, si es que se aprueba la nueva Constitución, tendrá cerca de 30 años de vigencia».

«A raíz de estos elementos, uno puede analizar que esas constituciones que el señor Bassa señala, fueron justamente las que dotaron al país del más alto estándar constitucional (...) que haya personas que piensen religiosamente que el mal de los problemas de la sociedad chilena está en el texto constitucional, es otra cosa», subrayó.

En la misma línea, San Francisco cree que finalmente «la interpretación de «fracaso depende del parámetro que usa quien lo afirma». Esto, porque «una constitución es valiosa cuando logra la continuidad institucional, el desarrollo democrático y el progreso social de un país. Por el contrario, fracasa cuando genera discordia constitucional, es un escollo al progreso o permite la consolidación de poderes unipersonales o que no respetan la separación de poderes o los derechos de las personas».

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