El Mercurio Legal

carlos amunategui96x96

Una explosión de rabia sacude el mundo. El centro de Santiago es solo una de las tantas zonas calientes urbanas donde números crecientes de ciudadanos manifiestan su furia. Portland, Barcelona, Seattle, París y Londres han sido blancos de esta emergencia súbita de desasosiego, que amenaza con echar abajo un orden político y económico que poco tiempo antes parecía inamovible. Cada lugar tiene su propio catálogo de injusticias que exhibe como justificante, pero el elemento común es la rabia.

Si bien es cierto que hay discriminaciones e injusticias en el corazón de diversas sociedades, incluida la nuestra, lo más llamativo es que no hay evidencias de que estas se hubiesen agudizado en los últimos años, sino, incluso, pareciese que varias de ellas estaban perdiendo fuelle y presencia. No obstante, la furia está ahí, y en todos estos lugares emergen sociedades más divididas, donde la radicalización de los discursos políticos es un lugar común. Hace solo una década los problemas que sirven de justificante para estas explosiones de rabia eran más acusados que hoy. La concentración de la riqueza era más pronunciada, la gratuidad universitaria un anhelo imposible, los impuestos más bajos, la equidad de género más distante, y así muchos otros factores de división social eran mucho más profundos. No obstante, como nunca antes en nuestra historia, el odio ha estallado en violencia.

Buscando factores que puedan haber contribuido a esta situación, el uso de algoritmos de inteligencia artificial en las redes sociales es una nota común a todos estos lugares y puede que explique parte de la rabia acumulada. La inteligencia artificial era un área de investigación secundaria dentro de la informática hasta 2012. En efecto, luego de las grandes promesas efectuadas en los sesenta y nuevamente en los ochenta parecía que la meta de obtener sistemas capaces de emular algorítmicamente las capacidades humanas se habían estancado. En 2012, cuando Alexnet venció en la competencia de Imagenet, hubo un cambio sustancial en la industria. Una nueva clase de algoritmos, guiados por la vieja y desusada técnica de las redes neuronales, había sido capaz de derrotar a todos sus rivales y dejar fuera de combate a las técnicas tradicionales. Los gigantes de internet rápidamente entraron en competencia para implementar esta tecnología en las redes sociales y al año siguiente se habían transformado en compañías de inteligencia artificial, buscando maximizar las interacciones de los usuarios en sus redes mediante el uso de estos nuevos algoritmos. El objetivo es simplemente prolongar el tiempo que gastan de los internautas en las redes, aumentando, aunque sea de manera marginal, la atención prestada a las mismas.

Los algoritmos descubrieron que la radicalización es un instrumento útil para estos fines. Mostrar contenido más extremo a un sujeto ayuda a maximizar su participación en las redes. Mostrar una crisis inminente, un apocalipsis probable, un indignante abuso, asegura que el siguiente click de atención del usuario. Rápidamente, la posibilidad de manipulación política emergió. Así, Cambridge Analytica fue solo el más sonado caso de intervención electoral mediante la radicalización de votantes de centro a través de la exhibición de contenido sesgado con el propósito de conseguir votos clave que asegurasen la victoria republicana. Dicha táctica es hoy lugar común en las campañas electorales y ha impulsado la desaparición del centro político.

Los usuarios de redes sociales se agrupan en tribus cohesionadas donde su percepción no se cuestiona, sino que se refuerza y amplifica. Mientras los elementos que tradicionalmente articulaban la sociedad civil se desmoronan durante la década de los noventa, como sindicatos, juntas de vecinos, clubes y demás, emergen comunidades virtuales donde el sujeto encuentra vías de participación en un sentimiento común, en la percepción de problemas similares y expresiones igualmente homogéneas de desasosiego. Dichas volátiles seudo-comunidades llenan con efervescencia las carencias y vacíos que la desestructuración de los modelos anteriores de sociedad civil ha dejado. Hoy ya no vivimos en una sociedad, sino en un archipiélago de comunidades desunidas por visiones incompatibles de una realidad presentada por las redes sociales, que se han transformado en un mecanismo predominante de obtención de información, sobre todo entre los más jóvenes, los mismos que protestan con rabia en los centros urbanos. Nuestros algoritmos siguen sin regulación y su silente trabajo para maximizar la atención que prestamos a las redes sociales agudizando el sentimiento de odio, permanece.

Leer Online