La Tercera

Sebastian Lopez 158x158

El 4 de septiembre pasado, colectivos feministas se tomaron la sede central de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos de México (CNDH). Reclaman por los feminicidios ocurridos en ese país, donde al menos diez mujeres son asesinadas cada día. La toma se produjo como consecuencia de la inactividad estatal respecto de este asunto, que el actual Presidente de México ha minimizado reiteradamente. Pero, ¿por qué se toman la CNDH y no otra dependencia del Estado? Este organismo autónomo, con rango constitucional desde hace aproximadamente tres décadas, es el encargado de promover y proteger los derechos humanos en México. Una de sus principales funciones es recibir y tramitar quejas por actos u omisiones administrativas que violen los derechos humanos, pudiendo formular recomendaciones a las autoridades correspondientes que, como tales, no son vinculantes. En otras palabras, la CNDH no es más que una institución nacional de derechos humanos, como las que existen en más de cien países, dotada de lo que se ha llamado poder moral, que no es otra cosa que la antigua auctoritas: un saber socialmente reconocido.

Es poco lo que una institución como la CNDH puede hacer en un caso tan grave como el de los feminicidios mexicanos. La larga guerra contra el narcotráfico ha dejado miles de desaparecidos, esparciendo una violencia tan brutal como inútil por todo México. En este contexto, los feminicidios son solo uno más de los numerosos problemas que debiera enfrentar el Estado, pero que quedan en nada. Más que una medida de presión real, esta toma simboliza la desidia estatal frente al sufrimiento de tantas personas. La CNDH tomada y ultrajada refleja el desprestigio que ha alcanzado este otrora respetado organismo especializado. Mucho tiene que ver esto con la percepción institucional, pues solo contando con un personal adecuado puede la CNDH persuadir e influir tanto en los órganos estatales, como en la sociedad civil. Sus integrantes hoy son vistos como negligentes, al igual que el resto del Estado mexicano.

¿Podría pasar algo así en Chile? Ya ha ocurrido, brevemente, en otro contexto y por otras razones. El Instituto Nacional de Derechos Humanos (INDH) es el equivalente de la CNDH, y sus dependencias también han sido ocupadas y mancilladas, como medida de presión política. Sin embargo, no son estas tomas las que más daño le han hecho al INDH. Es el intento de captura ideológica por parte de algunos de sus integrantes, que alcanzó su punto más alto unos meses atrás en el ataque concertado a su director, y que fuera bien documentado por la prensa nacional, lo que ha provocado una profunda desconfianza en muchos chilenos hacia un organismo que debiera velar por los derechos humanos de todos.

Como su par mexicano, el INDH depende de su ascendiente institucional para ser efectivo. No obstante, mientras la CNDH perdió su prestigio en una indolencia generalizada, el INDH se lo ha estado jugando en un absurdo asedio de quienes supeditan los derechos humanos a objetivos políticos, en contra de quienes se resisten a que el pluralismo de la institución pase a ser meramente nominal. Frente a esto, resulta indispensable reformar la integración del INDH; pero no solo la de su Consejo, sino también la de su planta de funcionarios. Hay que asegurar la debida imparcialidad de esta importante institución que está a nuestro servicio, bajo una única bandera que acoge a todas las otras, sin exclusiones: la de la estrella solitaria.

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