El Mercurio

Cristobal Orrego 2013

Señor Director:

Ha habido una variedad enorme de opiniones y reacciones entre el 11 y el 18 de septiembre. Hemos recorrido todas las notas del registro de los pensamientos y de las pasiones: desde el análisis sereno, hasta el juicio autocrítico; desde el recuerdo de verdades olvidadas y enterradas (como las diversas reacciones de la DC ante lo que Frei Montalva y Aylwin llamaban en 1973 "el pronunciamiento" de los militares), hasta el llamado -que comparto- a no olvidar la historia y a seguir investigándola cada vez con más detalle y con menos restricciones coactivas; desde los sentimientos de arrepentimiento, perdón y amistad cívica, hasta los de ira, rencor y odio.

En medio de ese ejercicio, he releído las declaraciones de los obispos católicos del 13 de septiembre de 1973 y del 9 de septiembre recién pasado, aparte de la homilía clara y sencilla de monseñor Ezzati en el tedeum ecuménico.

Reconozco en ellas la máxima continuidad de fondo tanto con la fe cristiana de la mayoría de los chilenos como con una antropología de la paz y de la justicia, aceptable por los no creyentes y los seguidores de otras religiones. Advierto, sobre todo, una serenidad y ecuanimidad que deberían hacernos pensar las cosas más a fondo, cuando los fieles laicos nos damos de golpes más o menos violentamente, y nos dejamos enredar en la espiral de las pasiones.

No afirmo que no debamos luchar por nuestros ideales, o defender lealmente lo que nos parezca verdadero y bueno de una manera distinta a la de los clérigos; ellos deben estar por encima de los partidos.

Nosotros tenemos el derecho, y muchas veces el deber de tomar partido. Solamente sostengo que, en ese tomar partido legítimamente, no debemos perder de vista la sabiduría que viene de lo alto, y que los pastores, en medio de sus deficiencias humanas, han sabido recordar con tan admirable continuidad.