El Mercurio

Gabriel BocksangH 158x158 2

Señor Director:

El pleno de la Convención Constitucional ha aprobado con fecha 15 de marzo, para el texto que se someterá a plebiscito, una disposición que comprende, entre otros aspectos, la legalización total del aborto.

Parece muy llamativo que una propuesta constitucional surgida entre turbulencias políticas y sociales fuertemente determinadas por un clamor sobre la dignidad marque una posición de principios que significan justamente la negación total de la dignidad humana. En efecto, esta dignidad consiste en el reconocimiento de que el ser humano es bueno en sí mismo, prescindiéndose por lo tanto de que circunstancias extrínsecas a su mera existencia puedan afectar su protección y su promoción.

La Convención está demostrando, para nuestro pesar, que la visión sobre el ser humano que en ella impera no es la de la dignidad, sino que la de la utilidad. En lugar de establecer una protección invariable a los seres humanos por el mero hecho de ser tales, la está ofreciendo condicionadamente en cuanto se orienten instrumentalmente a factores extrínsecos, tales como la voluntad del Estado o la decisión de otra persona.

¿Estos son los valores supremos sobre los cuales se pretende construir el futuro de Chile? ¿Ignorar el criterio fundamental de justicia que plantea que nunca es lícito matar directamente a un inocente? ¿Qué dignidad se puede construir sobre la negación de la más básica de las dignidades?

¡Vaya paradojas!

En tiempos de la inclusión, se propone la exclusión más radical que pueda darse: la de impedirle a alguien seguir existiendo.

En medio de los esfuerzos por impedir la normalización de conductas reprochables, se normaliza —y por vía constitucional— la violencia que priva de la vida.

Lejos de proteger con una mirada integradora la dignidad de la mujer y del concebido, la sociedad le endilga a la mujer la carga desintegradora de decidir entre dejar vivir o matar a un ser humano inocente.

Tras la argumentación de que, según esta norma, a nadie la obligarán a abortar, se oculta aquella de que en realidad a muchos los van a obligar a morir.

Y, en fin, el proceso constitucional que comenzó invocando a la dignidad está concluyendo en el polo —muy diferente— de la proclamación de la utilidad instrumental del ser humano.