El Mercurio

Jose Joaquin Ugarte Godoy 96x96

Señor Director:

Con el título del epígrafe publiqué un artículo en esta página el sábado, para demostrar el derecho a la vida del que está por nacer, desde el momento de la concepción.

Alegué, frente a los que solo ven en el hombre un sujeto biológico, que el embrión unicelular tiene ya el código genético, el cual le permitirá, por su propio poder de desarrollo, producir el substrato neural de la sensibilidad y el cerebro, necesarios para el conocimiento intelectual y la autoconciencia o posesión de sí mismo. Y alegué, frente a los que piensan que el principio de vida es espiritual, que el alma humana, desde esa perspectiva, es la que da organicidad al cuerpo, y tiene que estar desde el primer momento si entonces está ya el código genético, que es como un órgano humano.

Añadí que el cuerpo de la madre es también del embrión en la etapa en que este no puede subsistir solo, por lo que no le es dable a ella invocar el dominio sobre su cuerpo para fundar un derecho al aborto.

El profesor Antonio Bascuñán me ha honrado reconociendo buen orden y sistematicidad en mis argumentos, pero echa de menos la justificación de las premisas, y dice que el problema es la actual validez cultural de este sistema: el que se refiere a la conexión entre la persona, la forma y el alma racional.

Precisamente previendo esta objeción, me situé primero en el punto de vista de los que piensan que el hombre es pura biología. En el proceso de desarrollo del embrión hay coordinación, continuidad y gradualidad, características que suponen un sujeto biológico único a través de todo él: si el embrión tiene el poder de generar los órganos que le permitirán el ejercicio de las funciones intelectuales características de la persona, no cabe negarle el carácter de tal en la etapa en que dicho ejercicio no es aún posible.

En cuanto a la argumentación que supone la espiritualidad del alma, y que ella es la que da al nascituro el carácter de persona, no cabe cuestionar su actual validez cultural, porque la verdad es independiente de su aceptación cultural, y luego porque esas afirmaciones son de sentido común: todo el mundo sabe que el hombre tiene un espíritu, que es lo que lo diferencia de los animales, y que este es determinante de su ser desde el comienzo, aunque la mayoría no sabe —ni falta que hace— exponerlo filosóficamente.

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