El Líbero

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Este mes se cumplieron 53 años desde el llamado “mayo francés”. La serie de protestas antisistema iniciada por estudiantes universitarios parisinos se suele recordar, entre otras cosas, por algunas de las consignas que dominaron la escena esos días.

“Seamos realistas, pidamos lo imposible”, fue una de ellas. Según se suele afirmar, lo que se buscaba destacar en este caso, siguiendo los planteamientos del filósofo marxista Herbert Marcuse, es que la visión de las limitaciones a que está sujeta la vida (lo imposible), ha de ser entendida más bien como una herramienta de dominación generada por el sistema. Por ende, su superación depende de la voluntad, de la decisión de pedir lo que se ha tenido por imposible.

Algunas décadas después, y a miles de kilómetros de distancia, en medio de la violencia que se desató en nuestro país a partir de octubre de 2019, una de las consignas que ha dominado la escena es “no son treinta pesos, sino treinta años”. Ella ha sido leída como una afirmación de que los problemas más graves del país no se han resuelto por falta de voluntad. Por ausencia de la decisión suficiente para romper con las limitaciones que impone el sistema.

Al iniciar un proceso constituyente como el que Chile tiene por delante, no está de más reparar en estas consideraciones para tratar de evitar la generación de expectativas desmedidas. Ello, especialmente si se toma en consideración que, a juzgar por lo que se ha podido ver en los últimos meses, el problema no está sólo en que se esté pidiendo lo imposible, sino en que algunas autoridades públicas parecen entender como parte de su tarea ofrecerlo.

Distintas voces han advertido en los últimos años respecto de la gravedad del fenómeno del populismo. En un mundo que parece dominado por las redes sociales, la inmediatez y lo políticamente correcto, no parece fácil recordar que los recursos son escasos (y lo serán siempre), y que la realidad, al igual que el ser humano, es limitada e imperfecta (y lo seguirá siendo), por más teorías que se construyan para convencernos de lo contrario.

Este es uno de los desafíos más relevantes que debe enfrentar nuestro proceso constituyente. Si se asume que la nueva Constitución que se pretende redactar puede resolver todos los problemas del país, de raíz, al mismo tiempo y de manera definitiva, por más buena intención que exista detrás, se estará haciendo una promesa imposible de cumplir (por definición), y de gravísimas consecuencias para el futuro.

Parafraseando a von Bismarck, es de esperar que entre los constituyentes contemos con suficientes estadistas que estén dispuestos a pensar en la siguiente generación y no sólo en la siguiente elección, para que no sea el país entero el que deba cosechar en unos años más las profundas decepciones en que se habrán convertido las ilusiones que se están sembrando hoy.

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