El Mercurio

Alex van Weezel 158x158

Quienes buscan convertir la eutanasia en una prestación médica permitida y a la que se tiene derecho, se ven obligados a simplificar excesivamente las cosas para hacer plausibles sus argumentos. La principal simplificación está en sostener que las circunstancias bajo las cuales se solicita la muerte son en general compatibles con una decisión plenamente autónoma. En realidad, el sentido común y la experiencia de la vida dicen todo lo contrario, pues quien está sufriendo dolores muy intensos o padece una enfermedad incurable que destruye el proyecto de vida que se había forjado, se encuentra en una situación extrema. Estas situaciones merecen una consideración muy cuidadosa cuando se trata de atribuir decisiones.

Pero incluso quienes por su particular fortaleza espiritual y de carácter conserven en mayor medida su capacidad de decisión autónoma en esas circunstancias, de todos modos se encontrarán en una situación de particular vulnerabilidad. Esta vulnerabilidad es imposible de compensar o suprimir, pues no se debe al miedo o al efecto de alguna otra pasión, sino a la forma en que se constituye y se despliega la personalidad. Cuando hace unos meses se planteó en Chile la posibilidad de enfrentar el dilema de la 'última cama', un destacado periodista de cierta edad expresó en estas páginas su voluntad de, llegado el caso, ceder su lugar a algún paciente más joven con toda una vida por delante. Algunos lectores celebraron la idea y adhirieron a ella. Otros, en cambio, consideraron que la expresión pública de ese periodista amenazaba su propia libertad para decidir sobre este punto. El caso es muy ilustrativo, pues se refiere a un dilema meramente hipotético y a expresiones vertidas en la sección de cartas de 'El Mercurio', un debate más bien teórico entre personas probablemente desconocidas entre sí.

Lo que este ejemplo ilustra es una segunda simplificación en que incurren quienes argumentan a favor del derecho a exigir la muerte: prescindir de la dimensión intersubjetiva que tienen la personalidad y la autonomía; sostener que se trataría de una decisión cien por ciento individual. Esto es erróneo en un doble sentido. Pues en una sociedad donde está previsto que las personas gravemente enfermas soliciten su propia muerte, inevitablemente recaerá sobre estas mismas personas, si es que no lo hacen, la responsabilidad por todos los sacrificios personales y materiales que implica su cuidado y atención. Autorizar el homicidio a petición o la eutanasia equivale a dejar al enfermo solo, responsable de cualquier sacrificio que se haga por él, ya que estaba en su mano evitar a sus parientes y a la sociedad innumerables esfuerzos mediante el simple gesto de consentir en un homicidio piadoso. No sé cuántas personas quieran seguir viviendo cuando todos a su alrededor esperan su muerte; cuando con sus gestos, palabras y actitudes les representan que ya es suficiente. Solo una visión demasiado abstracta de la autonomía permite decir que en tales casos la persona que claudica o sucumbe bajo este peso ha decidido autónomamente no seguir viviendo.

La decisión de morir en estas circunstancias extremas tampoco es un asunto exclusivamente individual en un segundo sentido. Pues se podría argumentar que hay casos donde el enfermo se encuentra rodeado de genuino afecto y de personas que se entregan a su cuidado olvidándose de sí mismas, sin permitir que se noten los esfuerzos personales y económicos que ello implica. Y que los hay donde el paciente se beneficia de cuidados médicos y de enfermería de excelencia, tanto en lo técnico como en lo humano. Pero es evidente que, incluso si existieran tales casos, la vida real suele llevar la marca de la escasez. No hace falta estar ante el dilema de la 'última cama' para advertir que las necesidades en salud son mucho mayores que los recursos disponibles. Esta desproporción es tan grande y penosa, que allí donde el homicidio a petición esté permitido, resultará muy difícil no verlo como un posible alivio para el sistema. Así, la misma ley que dé imperio al deseo de los más protegidos, podría terminar sellando la suerte de los que están solos o abandonados.

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