La Tercera

Sebastian Lopez 2014 DerechoUC

Así se llama un conocido libro del boliviano Walter Montenegro, en el que enumera y explica las diferentes ocasiones en que nuestro vecino del noreste buscó una solución para su problemática mediterraneidad, pero no la alcanzó en parte por ellos mismos. Es un libro valiente, escrito por un diplomático en un país donde este asunto ha sido casi invariablemente trabajado desde la emoción.

Aun cuando la salida al Océano Pacífico ha estado sobre la mesa en diversas negociaciones, solo en dos oportunidades Bolivia se ha acercado realmente a su objetivo. Ocurrieron en la misma década, pero en siglos diferentes. Hablo de los tratados de 1875, que nunca entraron en vigor, y del abrazo de Charaña, que simbolizó un acuerdo que no se alcanzó. Tanto Bolivia como Chile tuvieron responsabilidad en ambos episodios. Sin embargo, también la tuvo Perú, el eterno tercero en esta discordia. Un acceso boliviano factible al Océano Pacífico siempre ha pasado por territorios que fueron o son suyos. Por más que Chile insista en que este es un problema estrictamente bilateral, y Bolivia quiera transformarlo en multilateral, en realidad es plurilateral, pues involucra a Perú, se quiera o no. Esto ha sido así desde sus inicios, pero quedó indirectamente escriturado en el protocolo complementario al Tratado de Lima de 1929, en virtud del cual Chile y Perú no pueden, sin previo acuerdo, ceder territorios en Tacna o Arica a un tercero que, si bien no lo nombra dicho protocolo, es evidentemente Bolivia. A raíz de esto, un Presidente de ese país resumió el quid de la cuestión mediterránea que los aflige desde el fin de la Guerra del Pacífico, con una frase que pasó a la historia: Chile puso un candado al mar para Bolivia y entregó la llave al Perú.

Siendo Arica la salida natural al mar para Bolivia, y la opción más lógica para poner término a su mediterraneidad, las discusiones al respecto invariablemente han girado en torno a esta ciudad, de una u otra manera. En Perú, el irredentismo es una corriente que, como antaño, sigue fluyendo bajo la superficie de las ahora calmas aguas de las relaciones con Chile. Arica es una de las provincias cautivas que no se olvidan al norte de la línea de la Concordia, y eso bien lo saben bolivianos y chilenos. Por eso la insistencia en no incluir a Perú en las negociaciones sino solo hasta el último momento, y porque no queda otra. Entonces pasa lo de siempre: insalvables dificultades limeñas terminan por hundir las aspiraciones oceánicas bolivianas, a punto de zozobrar en la inoperancia paceña y la falta de entusiasmo santiaguino.

Cansada de participar en este juego, e incapaz de dar vuelta el tablero, Bolivia decidió hace unos años judicializar el problema. Así, el gobierno de Evo Morales presentó en el 2013 una solicitud contra Chile ante la Corte Internacional de Justicia, pidiéndole que declare la existencia e incumplimiento de su obligación de negociar un acceso soberano al Océano Pacífico, que es el nombre que le dio el tribunal a este asunto. La apuesta comenzó de manera auspiciosa. Pocas voces bolivianas se opusieron a la estrategia judicial, y el triunfalismo llegó al paroxismo cuando el tribunal rechazó un año después la excepción interpuesta por Chile, resolviendo tener jurisdicción para conocer el caso en base a lo dispuesto en el Pacto de Bogotá. Parecía que esta vez los sueños marítimos bolivianos sí que se iban a hacer realidad.

El despertar se produjo en La Haya, y más que brusco, fue traumático. El contundente fallo del 2018 sepultó las aspiraciones marítimas bolivianas en graníticas consideraciones de derecho, que como proyectiles fueron demoliendo uno a uno los argumentos de la parte demandante en este bullado caso. ¿Fue esta otra oportunidad perdida? En estricto rigor, no. A diferencia de las otras dos ocasiones en que Bolivia pudo entrever al anhelado litoral, esta vez, y contra todo pronóstico, no estuvo ni cerca. El exitismo enceguecedor del aparente golpe a la cátedra de Morales solo creó una ilusión, que al chocar con la realidad jurídica rápidamente se desvaneció. Aplicando el derecho internacional a los porfiados hechos en los que se basó esta controversia, que nunca se ajustaron a las pretensiones bolivianas, la Corte no pudo sino dictar una sentencia que no dificulte futuras negociones interestatales, y desincentive eventuales demandas por supuestas obligaciones de negociar incumplidas.

La judicialización del problema de la mediterraneidad de Bolivia probó ser un grueso error de la diplomacia de ese país, que le puso fin a una era de negociaciones con Chile sobre ese asunto. Mas que una oportunidad perdida, la demanda en La Haya terminó siendo el canto de cisne de un deseo colectivo tras el cual se han escondido los múltiples fracasos que generaciones de bolivianos no han querido asumir.

Como lo reconociera Walter Montenegro en su libro de 1987, y como lo han sabido todos los autores serios que han escrito sobre el tema, el problema de la mediterraneidad fue, es y será tripartito. A medida que Arica se aproxima a la frontera, las ahora mínimas posibilidades de solucionarlo se alejan con la cadencia de las hojas que van cayendo del calendario. Desde la perspectiva chilena, el tema nunca más debiera estar en la mesa de negociaciones estrictamente bilaterales con Bolivia, por la sencilla razón de que pueden volver a ser interpretadas como presuntos acuerdos y actos unilaterales, ambos obligatorios. En qué sentido, no sabemos. Y francamente, mejor ni enterarse.

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