La Tercera

Marisol Pena 158x158

Uno de los sucesos que más nos marcó en la semana que termina, fue la remoción, por parte de la Corte Suprema, de dos ministros de la Corte de Apelaciones de Rancagua. Me parece que, con esta decisión, la Corte Suprema no solo ha dado un ejemplo de debido proceso (seis meses de investigación a cargo de una ministra del mismo tribunal), sino que ha demostrado que la probidad es más que un principio teórico. 

En realidad, lo ha proyectado como un parámetro real donde lo que importa es que el interés personal nunca prime sobre el interés de toda la colectividad. Si la probidad es especialmente importante en el ejercicio de la función administrativa destinada a satisfacer las necesidades públicas, en el caso de la actividad de los jueces, es un principio inexcusable. Y es que cada vez que se confía la resolución de un conflicto jurídico a la decisión de un juez, se efectúa un particular depósito de confianza. Ello se debe, fundamentalmente, a la imparcialidad y a la independencia que exige el ejercicio de la función judicial, las que aseguran que el juez decidirá solo en función de la justicia del proceso sin apelar a ninguna consideración ajena, con mayor razón, si es de carácter personal. Si falla esta ecuación, todos tenemos derecho a sentirnos estafados.

Las situaciones que se han evidenciado respecto de los jueces Elgueta y Vásquez nos dejan un sabor amargo, porque pareciera que la diosa de la justicia ya no está ciega, sino que mira para el lado más conveniente. Por eso celebro, como muchos chilenos, la decisión adoptada por la Corte Suprema, porque me devuelve la esperanza en la dignidad de la magistratura. En esa que sirve a sus compatriotas y no que se aprovecha de ellos.

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