El Mercurio

rodrigo delaveau96x96

En el presente año se discutirán importantes cuestiones en materia constitucional. Dentro de los conceptos esbozados se encuentran el de una "Nueva Constitución", como asimismo el de "Constitución de todos". Ambos conceptos podrían no ser enteramente consistentes entre sí. En efecto, existe una gran fractura insoslayable entre sostener, por un lado, que Chile debe contar con una nueva Carta Fundamental -que parta de cero- y que, por otro, se busque construir una Constitución que nos represente a todos.

Así, la Constitución íntegramente nueva implica un desconocimiento de 200 años de tradición y evolución constitucional, borrando de un plumazo los irrefutables avances conseguidos en las últimas tres décadas, muchos de los cuales encuentran su fundamento institucional en la Constitución vigente, fruto de experiencias históricas nacionales y comparadas, y una buena dosis de acuerdos transversales.

Lo sorprendente acá es que diversas instituciones supuestamente imputadas -para bien o para mal- al texto de 1980 son en realidad fruto de esta tradición. Así, el presidencialismo reforzado proviene en gran parte de la reforma de fines de los 60 de la Constitución del 25; las bases del Estado de Derecho, de la Constitución de 1833; el artículo 1º, de la mismísima Declaración de los Derechos del Hombre de la Revolución Francesa. Resulta difícil vislumbrar una nueva Constitución que parta de la base de que todo en la actual es malo, no solo desde el punto de vista pragmático, sino que negaría muchos de los valores y principios, precisamente, de quienes desean erradicarla.

Si todo en ella es negativo -y por esa razón se requiere una nueva-, ¿sería entonces la solución dictar una suerte de anti-Constitución de la actual? ¿Una donde el Estado esté por sobre la persona, donde no exista derecho de propiedad ni libertad de expresión o de conciencia, o donde la soberanía no tenga como limitación los derechos fundamentales? Esta idea -ciertamente una exageración- es una razón de por qué no puede nunca "partir de cero" en materia constitucional: sería desfondar el propio piso donde estamos parados, sin punto de apoyo para pensar en un mejor diseño constitucional.

El camino contrario, es decir la idea de una "Constitución de todos", parece más razonable, pero no exenta de un dilema central, el que se condensa en la elección de dos caminos distintos. El primero de ellos sería el del empate ideológico, o, como lo ha expuesto Jorge Correa Sutil, la "Constitución Tarjeta de Navidad", donde cada uno exprese sus sueños y deseos, con el riesgo adicional de que sea una Constitución populista y frondosa donde todo está en la Constitución, y cuando todo es constitucional, nada lo es.

El segundo de los caminos, en cambio, es el que han tomado muchas naciones en relación con sus pactos supremos: el minimalismo constitucional. Este implica recoger los consensos fundamentales, justos y necesarios para la Carta Fundamental, de modo que nos represente a todos y reduzcamos las áreas de conflictos constitucionales.

Este minimalismo, junto a una aproximación pragmática, moderada (y una gran dosis de evidencia empírica) a la hora de enfrentar cambios constitucionales, podría abrir una esperanza de acuerdo en torno a este tema. A modo de ejemplo, la descentralización del poder parece ser un punto que concita el apoyo transversal de diversos sectores, fenómeno que debiera ser visto con atención.

¿Constitución de todos? Ciertamente, pero para lograr este objetivo resulta imposible entonces concebirla como una Constitución íntegramente nueva. De no conciliarse adecuadamente estos discursos, la fricción entre ambos conceptos puede terminar por anular cualquier intención de perfeccionamiento institucional.