Diario Capital Financiero (Panamá)

Jorge Sahd 158x158

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En el sur de Chile, los países miembros de la Alianza del Pacífico (AP) dieron una lección mundial de integración y mirada común en los desafíos para la región. Así, contrario a lo que hemos visto con el Brexit o las dificultades del Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP), los presidentes de Colombia, México, Perú y Chile, confirmaron su apoyo decidido a la integración comercial, de capitales y personas con motivo de la presidencia pro tempore asumida por Chile. Con cinco años de existencia, la AP ha mostrado un nivel de avance significativamente mayor a otros acuerdos de la región, como el Mercado Común del Sur (Mercosur), el Alianza de Libre Comercio de las Américas (Alca) o la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur).

Partamos con los números. El protocolo comercial desgrava el 92% de los productos y establece un calendario de desgravación para el 8% restante. Esto es especialmente importante para un mercado que en su conjunto representa 220 millones de personas. Como bloque, los cuatro países son la octava potencia económica del mundo, representando el 38% del Producto Interno Bruto (PIB) de Latinoamérica y el Caribe, el 50% del comercio exterior de América Latina y el 44% de los flujos de comercio exterior.

¿Qué hace tan atractiva y diferente a la AP de otros acuerdos regionales? Primero, su pragmatismo y consenso en temas fundamentales. La AP ha sido capaz de estar sobre la coyuntura política y la ideología características de otros bloques, centrándose en una agenda común de desarrollo. Por ejemplo, ya serán tres los presidentes del Perú durante la vigencia de la AP, y todos han dado un decidido respaldo al acuerdo. Por otro lado, al incorporar un consejo empresarial por cada uno de los cuatro países, la AP promueve un diálogo público-privado mucho más fluido. Finalmente, la apertura del acuerdo para incorporar en el futuro a los países observadores –que ya suman 49 – es una señal clara de la intención de fomentar la cooperación internacional. Panamá es un claro ejemplo de esta voluntad, cuya incorporación le significaría enormes beneficios en materia de acceso a mercados, reglas comunes, nuevas inversiones y mejores políticas públicas.

No obstante, aún persisten desafíos dado que el nivel de intercambio comercial entre los países del bloque no supera el 6%. Pienso que hay cuatro tareas prioritarias. La primera es profundizar la integración financiera, generando un marco regulatorio común. No basta con el Mercado Integrado Latinoamericano (Mila) de nuestras bolsas, sino que es necesario un tratamiento tributario común y la eliminación de las restricciones externas de inversión para los fondos de pensiones y de inversión. Segundo, facilitar el comercio de servicios, en línea con los nuevos emprendimientos colaborativos y de base tecnológica. Hoy día, el tratamiento de este tipo de exportaciones sigue siendo más engorroso y con menores ventajas tributarias que el comercio de bienes. Si queremos agregar valor en nuestras exportaciones, este punto es vital. Tercero, nuestras empresas debieran aprovechar las ventajas de la AP en la acumulación de origen, lo que permitirá acceder a las preferencias arancelarias para todos aquellos bienes producidos con insumos de los países del bloque. Cómo generar mayores cadenas de valor en la producción de nuestros bienes será relevante. Finalmente, lo que ocurra con la tramitación del TPP será fundamental. Entre otros países, Chile, México y Perú son parte de este acuerdo mega-regional, por lo que su eventual aprobación será clave para ampliar el intercambio e integración en la zona del Pacífico.

La reciente Cumbre de la AP realizada en Chile ha dado una lección a la región y al mundo. El camino para avanzar en el desarrollo de los países es la integración. Y este camino es posible a partir de consensos mínimos: Apertura de las economías, mercados competitivos, reglas pro inversión e instituciones públicas sólidas.