El Mercurio / Emol

Alvaro Ferrer 158x158

En los últimos años, los profesores de la Universidad Católica han visto que muchos de sus alumnos se complican cuando se les pide justificar su postura frente a un tema.

"No tenemos estadísticas, pero es un juicio compartido entre quienes hacen clases. Vemos que los jóvenes se han ido acostumbrando a opinar sin mayores fundamentos, lo que llamaríamos afirmaciones gratuitas o no muy reflexivas. Son pocos los que son capaces de dar una respuesta cuando se les cuestiona de la manera más simple: preguntándoles por qué piensan lo que piensan" comenta Álvaro Ferrer, académico y profesor de un ramo sobre argumentación en la Facultad de Derecho de esa universidad.

Aunque estos comentarios nacen de la observación, un informe del Centro de Estudios de la Argumentación (Cear), de la Universidad Diego Portales, muestra que se corresponden con la realidad. Tras tres años de investigación, el equipo -miembro de la Facultad de Psicología de la casa de estudios- concluyó que entre los universitarios, la argumentación no es vista como una forma de resolver problemas.

"Nuestro propósito fue saber qué opinión tiene la generación de universitarios sobre la actividad social de argumentar, debatir y tener controversias. Y nos dimos cuenta de que ellos sienten que argumentando no se resuelven las cosas. Los jóvenes tienen la idea que argumentar significa terminar en disputas; se estresan porque son incapaces de mantener diferencias de opinión por mediano o largo tiempo. Existe una baja capacidad de escuchar al otro, de llegar a acuerdos y de resolver problemas", explica Cristián Santibáñez, autor de la investigación, que contó con apoyo de Fondecyt.

El estudio se basó en encuestas a 600 alumnos, 80 entrevistas y 12 grupos de discusión en 12 universidades de las regiones Metropolitana y de Coquimbo. Los jóvenes cursaban desde primer a último año y pertenecían a distintas carreras.

Marcas sociales

Para Santibáñez, los resultados hablan de una sociedad autoritaria -donde los problemas se resuelven a través del poder y no por un intercambio de ideas-, además de una población altamente segmentada. Esto porque no existiría la disposición horizontal de discutir con otro.

La investigación del Cear mostró que al distinguir por estratos socioeconómicos, quienes provienen de los sectores más altos tienden a inhibir sus puntos de vista pensando que estos se expresan a través de otras marcas sociales. "Para ellos, las creencias se transmiten a través del tipo de actividades que desarrollan; los pasatiempos que tienen, los lugares a donde van y las personas con quienes se juntan. Ahí están las creencias", dice Santibáñez.

Asimismo, el estudio mostró que las diferencias más significativas en cuanto a la construcción argumentativa tenían relación con la variable de años en la universidad: las personas cursando desde tercer año en adelante, tendían a desempeñarse mejor que los de primero y segundo, sin importar cuál era su carrera.

El fenómeno se relaciona con "el concepto de la práctica misma. Se han tenido que hacer más presentaciones orales, participar en reuniones con pares y comenzar con las tesinas".

Ordenar la cabeza

Participar en una argumentación "implica darse cuenta de que no hay un único mundo posible, sino muchos a los que es posible abrirles oportunidades. Es un ejercicio para enfrentarse a una sociedad mucho más tolerante, para lograr hacer lecturas desde distintas perspectivas", indica Felipe Rivera, director de la escuela de Sociología de la Universidad Central y jurado del concurso de ensayos escolares que anualmente organiza el establecimiento.

El académico está convencido de que la práctica de pedir a los escolares que planteen sus opiniones por escrito -fomentándoles que se documenten de varias fuentes y sean capaces de contrastar posiciones-, ayuda a que a futuro estén más abiertos a escuchar y generar ideas.

"Quizás porque las pruebas estandarizadas se han vuelto más populares, en los colegios no siempre se prioriza el aproximarse a aquello que no necesariamente lleva a una respuesta única", plantea.

"Esta habilidad de argumentar, que en el fondo es saber ordenar la cabeza, no se trabaja sistemáticamente a nivel escolar. Hay muchos colegios con sociedades y cursos de debate, pero siempre son cursos pequeños, no una propuesta transversal para todos", agrega Ferrer.

Su sugerencia para las escuelas es rescatar el estudio de la Filosofía, además de fomentar la lectura constante de libros. En la necesidad de este punto coinciden los tres especialistas consultados.

"Los jóvenes leen poco y se han ido acostumbrando a sustituir las razones por la imagen, quizás influenciados por el auge de las redes sociales, donde el rigor suele ser mínimo. El uso constante de los 140 caracteres de Twitter o de los emoticones de Facebook en cierta forma han ido atrofiando el hábito intelectual de buscar las causas de las cosas", dice Álvaro Ferrer.